martes, 6 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 7, 1-13

Pero su corazón está lejos de mí
(Marcos 7, 6)

Para los fariseos, la religión era algo sumamente serio. Se preocupaban mucho de observar estrictamente la ley de Moisés y las diversas tradiciones que se iban desarrollando y pasando de generación en generación, en las cuales había docenas de rituales y preceptos con incontables detalles minúsculos. Es cierto que estas costumbres eran de origen humano, pero los fariseos consideraban que eran casi tan válidas como la Palabra de Dios revelada en la Escritura. Por eso pensaban que Dios bendecía y aprobaba solo a los que cumplían todas estas prácticas.

Cuando algunos fariseos vieron que los discípulos de Jesús no cumplían una tradición antiquísima —la de lavarse las manos antes de comer— se indignaron. ¿Quién era este Jesús que no respetaba las costumbres religiosas de su pueblo? ¿Quería acaso acabar con la Ley de Dios? Escuchando estas protestas ¡qué ganas debe haber tenido el Señor de rebatirlas! Porque precisamente él había venido a quitar el pecado del mundo y dar a conocer que “Dios nos libra de culpa por medio de la fe en Jesucristo” (Romanos 3,22) y el amor al prójimo (Mateo 25, 31-46).

Jesús veía que el honor que los fariseos le rendían a Dios era algo más bien externo y no una realidad del corazón; es decir, valoraban más sus propias acciones y no tenían en cuenta la compasión del Padre. Jesús quería enseñarles que el corazón de Dios era fuente de misericordia, justicia, amor y humildad, y que lo valioso para Dios es la pureza interior y la entrega de un corazón humilde y confiado, no la limpieza exterior del cuerpo. La ley que Cristo traía era la ley de amor, pero ellos ni siquiera le escuchaban.

Lo extraordinario es que estos mismos puntos se perciben hoy en la vida actual. Jesús quiere tener una relación personal con cada creyente y cuidarnos como el pastor cuida a sus ovejas. El Señor desea enseñarnos a escuchar la voz de su Espíritu, para que seamos libres, no esclavos de leyes y preceptos. Lo que más desea es que conozcamos el inagotable amor del Padre, para que todos lleguemos a ser servidores de Dios e instrumentos de su gracia.
“Señor mío, Jesucristo, perdóname cuando me limito a cumplir las reglas y preceptos sin confiar más en tu amor. Concédeme tu gracia, te lo ruego, para aprender a ser libre y conocer el gozo de conocerte personalmente.”
1 Reyes 8, 22-23. 27-30
Salmo 84(83), 3-5. 10-11
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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