jueves, 8 de febrero de 2018

Pasos que cooperan para la sanación de los dolores - Cuarto Paso

Te acercamos el cuarto paso que coopera para la sanación de los dolores.

CLAMAR POR LA SANGRE Y POR LAS LLAGAS.


El mal no sale de mi solo porque quiero. Llega un momento en que mi liberación no depende más de mi -es en ese momento, cuando termina mi parte y comienza la parte de Dios.

Lo más importante que puedes descubrir ahora, la realidad que más interesa, es que Dios, solo Dios, perdona los pecados. Y no es por sus bienes materiales que serás rescatado del sentimiento de vacío o de angustia, sino por la sangre de Cristo: “En él, por su sangre, obtenemos la redención y recibiremos el perdón de nuestras faltas, según la riqueza de la gracia“ (Ef. 1,7) La sangre de Jesús es la fuente que lavó al mundo entero. Donde la Sangre de Cristo llega, todo revive. En la casa en que ella entra, la tristeza sale y la familia se levanta. ¿Qué hacer entonces? ¡Recurrir a la Sangre de Cristo! Clamar por ella. Suplicar para que la poderosa sangre de Jesús, que arranca nuestro pecado (cfr. 1 Jn 1,7) y aniquila sus consecuencias, nos libere del poder de las tinieblas.

Clamamos por la sangre del Señor en la oración de sanación porque no es extraño encontrar raíces de pecado motivando y sustentando una herida emocional, una perturbación en la mente o hasta la misma enfermedad en el cuerpo. 

Por sus llagas fuimos curados, afirma San Pedro (1 Pe 2,24). En el corazón llagado de Jesús, Dios abrió la puerta el cielo para ti -refugio en los tormentos, abrigo contra el mal, escape en las horas de peligro- Es el propio Señor diciendo: “Para ti fue abierta esta herida de mi lado. Prueba y mira cuán bueno es Dios; feliz el hombre que en Él se refugia (cfr. Sal 34,9). Aún cuando no tengas que ofrecer, aún cuando no tengas méritos, quien se juzga indigno y pecador, quien ni siquiera tenga fuerzas para rezar, venga también. Solo pido una cosa: Que te sumerjas en mi sangre, que te sumerjas en mi amor, que tengas sed de Dios, que tengas deseo de cielo, que jamás te sientas satisfecho, saciado, con este mundo ni contigo mismo. ¡Pido que te entregues a mi!.

Jesús nos sana cargando nuestras enfermedades. Y como en sus llagas encontramos sanación para nosotros, rezamos:
“Por la Sangre de Cristo me libero de toda amarra y de cualquier mal que esté prendiéndome e imposibilitando ser lleno de Espíritu Santo y de experimentar la vida nueva que Jesús conquistó para mi en la cruz! Yo me declaro libre a partir de ahora. ¡Amén!
Jesús asumió nuestros males y llevó a la cruz nuestros sufrimientos. El sufrió para que pudiésemos tener paz y encontrar alivio todos los días de nuestra vida. Tomó sobre sí la sentencia que pesaba en contra de nosotros para que fuésemos hasta El por amor y no por miedo. Por eso, la invocación de sus llagas es tan poderosa cuando oramos por liberación:
“Señor Jesús, por sus preciosas llagas, sana las heridas emocionales todavía abiertas por esos recuerdos dolorosos, por esos pensamientos tristes, por ese resentimiento… Sana, Señor, la razón de este mal que está generando rencor, miedo, tristeza, desánimo, odio, etc. En nombre de Jesucristo, por su Sangre derramada y por el poder de sus llagas yo me declaro libre, en la libertad que Cristo conquistó para mi, conducido con su gracia hacia una vida nueva, verdadera y abundante -vida llena de alegría y de paz”.

Marcio Mendes
adaptación del original en portugues
Editorial Canción Nueva 

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