Hay gente que piensa que el Hijo ha sido glorificado por el Padre en aquello que no le ahorró, ya que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32). ¡Pero si ha sido glorificado en su Pasión, cuánto más en su resurrección! En su Pasión, su humildad aparece más que su esplendor...
Con el fin de que "el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús " (1Tm 2,5) sea glorificado en su resurrección, primero ha sido humillado en su Pasión... Ningún cristiano duda de eso: es evidente que el Hijo ha sido glorificado según la forma de esclavo, que el Padre lo resucitó e hizo sentar a su derecha (Fl. 2,7; Hch. 2,34).
Pero el Señor no dice solo: "Padre, glorifica a tu Hijo", añade: "para que tu Hijo te glorifique". Preguntamos, y con razón, cómo el Hijo glorificó al Padre... En efecto, la gloria del Padre, en sí misma, no puede crecer ni disminuir. Era menor, sin embargo, cerca de los hombres cuando Dios se manifestó "en Judea" y "sus siervos alababan el nombre del Señor de la salida del sol hasta su ocaso" (Sal. 75,2; 112,1-3). Esto se produjo por el Evangelio de Cristo que hizo conocer a las naciones al Padre por el Hijo: así el Hijo glorificó al Padre.
Si el Hijo sólo hubiera muerto y no hubiera resucitado, no habría sido glorificado ni por el Padre ni el Padre por él. Ahora, glorificado por el Padre en su resurrección, él glorifica al Padre por la predicación de su resurrección. Esto aparece en el mismo orden de las palabras: "Padre, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique", como si dijera: "Resucítame, para que por mí, tú seas conocido en todo el universo"... Desde entonces, Dios es glorificado cuando la predicación hace que lo conozcan los hombres y cuando aceptado por la fe de los que creen en él.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón sobre el evangelio de san Juan, n°104-105
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