Juan 14, 27
Las despedidas de los seres queridos suelen ser ocasiones dolorosas y más aún si no se sabe cuándo se producirá el reencuentro.
El Evangelio de hoy nos ofrece también una escena de despedida, no menos dramática ni menos agridulce. Seguramente los discípulos también sintieron tristeza e inseguridad al enterarse de que Jesús, su maestro y su mejor amigo, se ausentaría y ellos quedarían solos. Aunque él trató de explicarles que volvería a la vida, ellos no podían entender realmente lo que les decía. Por eso les afirmó suavemente, pero con claridad: “No pierdan la paz… Me voy, pero volveré a su lado.”
Sin duda todos podemos entender bien la sensación de congoja y desconcierto que sintieron los discípulos esa noche, porque todos hemos pasado por ocasiones en cierta forma similares, como cuando esperamos que el Señor conteste las oraciones que hemos estado haciendo por una curación o cambio de vida de un ser querido y si no ocurre pronto, nos sentimos tentados a pensar: ¿Me está escuchando el Señor o no? ¿Me ha dejado solo?
Pero el hecho de no ver una respuesta pronto ni escuchar su inspiración no significa que el Señor esté ausente o desinteresado, y en momentos como esos, el Señor nos da la misma consolación que les dio a sus discípulos: “No pierdas la paz ni te acobardes.” A veces no es fácil recordar que Jesús está con nosotros en los momentos de dificultad; pero lo que podemos hacer es leer los pasajes de la Escritura, como el Evangelio de hoy, donde el Señor nos recuerda que él siempre cumple sus promesas.
También podemos recordar las ocasiones en que Dios nos ha bendecido fielmente en el pasado y eso nos ayuda a darnos cuenta de que efectivamente Jesús está con nosotros, guiándonos, protegiéndonos y llevándonos de la mano conforme al plan perfecto que tiene para cada uno de nosotros.
Así pues, ahora, cierra los ojos y háblale al Señor de cualquier cosa que te cause inquietud, temor o confusión y escucha cuando él te dice con voz pausada pero firme: “No se turbe tu corazón. Yo volveré y te bendeciré.” Si reafirmas tu confianza en las promesas del Señor, te sentirás más en paz y verás que la luz de la alegría alumbrará tu caminar.
“Amado Señor Jesús, perdóname por dejarme llevar por el temor o la desorientación; ayúdame, Señor, a ver que tú me vas guiando y fortaleciendo en todo momento.”
Hechos 14, 19-28
Salmo 145(144), 10-13. 21
fuente: Devocionario Católico la Palabra con nosotros
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