miércoles, 6 de junio de 2018

Meditación: Marcos 12, 18-27

Los saduceos se dedicaban principalmente a la administración del Templo de Jerusalén; si bien no eran un grupo numeroso, ejercían una poderosa influencia sobre la gente. 


Para ellos, la única fuente de autoridad era el Pentateuco —los cinco primeros libros de las Escrituras hebreas— de modo que rechazaban de plano la tradición rabínica, que tal vez habría aceptado la posibilidad de la resurrección.

Tomando un ejemplo de Deuteronomio 25, 5-10, pretendieron explicarlo de un modo que presentara como absurda la realidad de la resurrección, a fin de humillar a Cristo. Pero Jesús aprovechó el ejemplo para dar a conocer la esperanza del Evangelio, explicando que la resurrección está igualmente prefigurada en el Pentateuco, porque si bien Dios se reveló a Moisés como el Dios de sus antepasados (Éxodo 3, 6.15-16), también se mostró como un Dios viviente e innegablemente presente.

Jesús explicó que el Pentateuco menciona asimismo la esperanza de la resurrección, porque está basada en el carácter de Dios, que con su poder y su generosidad ha vencido la muerte y comunicado la vida divina a su pueblo.

Los saduceos se consideraban intelectual y espiritualmente superiores a los demás, pero no podían ver y reconocer que las acciones de Dios eran infinitamente variadas y muchas veces inimaginables. Jesús percibía la arrogancia intelectual de los saduceos, de modo que trató de hacerles ver que el Altísimo es demasiado sublime y su Palabra demasiado sabia para que alguien pretendiera entenderla a cabalidad.

En realidad, Jesús demostró que la obra de Dios nos parece casi siempre novedosa e inesperada, por la escasa comprensión que tenemos de lo amplio, lo alto y lo profundo de su amor. La resurrección es nuestra mayor fuente de esperanza y gozo; sin embargo, los saduceos tenían un limitado entendimiento de Dios y del poder de su palabra, por lo cual corrían el riesgo de verse privados de esta maravillosa promesa.

Como el mismo Jesús lo declara, Dios es Dios de los vivos y no de los muertos, y precisamente él envió a su Hijo único a rescatarnos de la muerte y llevarnos a su Reino de vida gloriosa y eterna, pero a veces nosotros nos dejamos llevar por nuestros propios razonamientos imperfectos y limitados.
“Padre celestial, acércanos cada vez más a Jesús, te rogamos, y continúa alimentándonos con la revelación de tus maravillosos designios.”
2 Timoteo 1, 1-3. 6-12
Salmo 123(122), 1-2
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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