domingo, 10 de febrero de 2019

La vida en el Espíritu Santo

Deja que la gracia del Espíritu llene tu vida

Hace un mes iniciamos un año nuevo, una nueva etapa, en la cual todos tenemos la posibilidad de renovar nuestros planes o compromisos y hacernos nuevos propósitos. Para nosotros, los fieles creyentes, es sobre todo una nueva oportunidad para reafirmar nuestro compromiso con el Señor y analizar cómo estamos llevando a la práctica la “vida en el Espíritu”.

Dado que la vida cristiana es básicamente la manera en que evidenciamos la presencia y la acción del Espíritu Santo en el quehacer cotidiano, los artículos iniciales de esta edición estarán centrados principalmente en la presencia y la acción del Paráclito. Por eso, reflexionaremos un poco sobre el comienzo de la Iglesia, cuando el Espíritu Santo se derramó sobre los fieles en el día de Pentecostés, cuando “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2, 4). Algo dramático ocurrió ese día y la vida de los discípulos se transformó por completo.

Pero eso que acababa de suceder no era únicamente para los apóstoles. Como lo dijo San Pedro en su primer discurso: “Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y también para todos los que están lejos” (Hechos 2, 39). ¿Qué significa esto? Que todo el que lo desee de corazón y crea en Jesucristo, puede llenarse del Espíritu Santo.

Bautismo con el Espíritu Santo. La frase “bautizados con el Espíritu Santo” aparece en los cuatro evangelios y también en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Mateo 3, 11; Marcos 1, 8; Lucas 3, 16; Juan 1, 33; Hechos 1, 5 y 11, 16). Pero aun cuando se menciona varias veces, no siempre está claro qué significa. Además, para complicar más las cosas, el término ha pasado a ser una forma popular en que los pentecostales y quienes participan en la Renovación Carismática describen la experiencia de un despertar espiritual. Entonces surge la pregunta: ¿Cómo puede alguien, que ya ha sido bautizado y que por ende ha recibido el Espíritu Santo, ser “bautizado” de nuevo con el Espíritu Santo?

Asimismo, la idea de ser “lleno del Espíritu” es muy común, especialmente en el Evangelio según San Lucas y el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero ¿cómo podemos llenarnos del Espíritu si el Espíritu ya está presente en nosotros? Tal vez sea mejor comenzar por decir lo que no es.

Primero, ser bautizados con el Espíritu no es lo mismo que recibir el Sacramento del Bautismo. Cuando recibimos el Bautismo sacramental se nos borra el pecado original y todos los pecados cometidos hasta ese momento y así nos convertimos en hijos adoptivos de Dios y miembros de su Iglesia, es decir, pasamos a ser ciudadanos del cielo y herederos con Cristo. En definitiva, el Bautismo sacramental nos hace una “nueva creación” (2 Corintios 5, 17).

Por el contrario, el ser “bautizados” con el Espíritu viene a ser más bien como una “liberación” de la gracia del Espíritu Santo que ya está presente en la vida del creyente. No realiza nada “nuevo” en el alma como el Bautismo. Es más bien nuestra manera de experimentar lo que ya tenemos y vivirlo con mayor profundidad e intensidad.

Al mismo tiempo, la idea de ser llenos del Espíritu es una experiencia del amor y la presencia de Dios de un modo tan potente que nos infunde un gran sentimiento de alegría, paz y amor a Dios. La buena noticia es que Dios quiere que todos seamos llenos de su Espíritu, pues a todos quiere darnos experiencias transformadoras de su amor y su gracia.

La “fuerza creadora” del Espíritu. El Papa Francisco dice que el Espíritu Santo es “la presencia viva y operante de Dios en nosotros” (Angelus, 14 de agosto de 2016), y añade que esta presencia es “una fuerza creadora que purifica y renueva… nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar.”

El Santo Padre comenta que el Espíritu Santo renueva el corazón de los fieles y de la Iglesia, que nos despierta al poder de la fe y que hace que sintamos como nueva la experiencia del amor de Dios. Este tipo de renovación puede ser tan patente e intensa que nos transforma interiormente y nos enseña a amar a personas a quienes nunca habríamos podido amar antes. Este poder renovador y transformador nos ayuda a rechazar las tentaciones y entregarnos a Cristo Jesús. Y conforme decimos que “sí” al Señor con más frecuencia, la vida nos irá cambiando cada vez más.

Pero el Papa Francisco también se apresura a señalar que esta obra transformadora del Espíritu Santo no actúa como por arte de magia. Es decir, no se trata de que seamos receptores pasivos, sino que tenemos un papel importante que desempeñar en este proceso. “Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego, que es el Espíritu Santo, él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su confortante mensaje de misericordia y salvación,” pero, “si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se convierte en una Iglesia fría o solamente tibia, incapaz de dar vida, porque está compuesta por cristianos fríos y tibios” señala el Sumo Pontífice.

Esta no es una enseñanza nueva. En realidad, se remonta al mismo tiempo de Jesús y los apóstoles. Pero como a veces somos tan propensos a dejarnos llevar por la tentación de hacer a un lado el Espíritu Santo, lo que hace falta es tomar decisiones deliberadas; hemos de ser cuidadosos con la forma en que vivimos, pues de lo contrario, corremos el riesgo de dejarnos llevar por las exigencias y urgencias de la vida humana.

La obra de Dios y nuestra obra. Entonces, ¿qué significa llenarse del Espíritu? Como dijimos, no existe una definición perfecta; pero quizás la más acertada es la que da San Pablo: “Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5, 5). Es una comprensión interior de que Dios nos ama profundamente; una experiencia de su amor, que sabemos que no proviene de nuestra razón, sino de las profundidades del corazón.

En el siguiente versículo, Pablo escribió que “cuando éramos incapaces de salvarnos… Cristo, a su debido tiempo, murió por los pecadores. No es fácil que alguien se deje matar en lugar de otra persona… Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5, 6-7. 8).

Este pasaje puede entenderse en dos dimensiones. Primero, Pablo dice que el Espíritu revela el amor de Dios como algo personal y privado; algo que ocurre “en nuestro corazón” (Romanos 5, 5). Luego, dice que la prueba de este amor se basa en un hecho histórico: la muerte de Jesús en la cruz (5, 6-8). Cuando somos llenos del Espíritu, el hecho histórico de la muerte de Cristo cobra vida en el corazón de cada creyente. Tal como Jesús lo había prometido, el Espíritu Santo quiere tomar estos hechos y “comunicarlos” a nosotros de una manera nueva y vivificante (Juan 16, 14).

Un ejemplo que ayuda a entender. El matrimonio es un acto jurídico y una experiencia personal. Lo evidencia una partida o licencia de matrimonio, pero también existe un vínculo de amor verdadero entre un hombre y una mujer. Ahora, si una pareja se decide a convivir sin ningún compromiso legal, cualquiera de ellos puede sentirse libre de cambiar de parecer e irse en cualquier momento. Hace falta el compromiso serio y ratificado en un vínculo matrimonial formal que solidifique la relación. Por otro lado, un matrimonio realizado formalmente, pero sin que haya amor verdadero no es realmente un matrimonio. No es más que un arreglo temporal sin un compromiso real ni duradero.

Asimismo, una experiencia del amor de Dios sin un entendimiento claro del mensaje del Evangelio ni de la razón de su amor podría dejarnos libres para elegir y escoger cuáles mandamientos queremos cumplir o no. Al mismo tiempo, si sabemos que Jesús murió por nuestros pecados, pero no experimentamos su amor personalmente, terminamos por suponer que lo mejor que podemos esperar es una relación lejana e impersonal con Dios basada nada más que en el cumplimiento de reglas y mandamientos.

El Espíritu es para todos. En aquel primer Pentecostés, el apóstol Pedro anunció que el don del Espíritu no era solo para ellos, sino para toda persona en todas las generaciones. Los Hechos de los Apóstoles son una historia jubilosa e inspiradora de cómo Jesús cumplió esa promesa para gente de todo el mundo. Luego vemos que también hubo otra efusión del Espíritu en Samaria (Hechos 8, 17), y más tarde nos enteramos de que el fuego del Espíritu se derrama a la casa de Cornelio, un soldado romano (10, 34-49), y otro tanto sucede en Éfeso (19, 1-7). Por último, los Hechos de los Apóstoles terminan con San Pablo preso en Roma, donde se reúne libremente con todo el que quisiera escucharle hablar de Jesús (28, 30-31). ¿Sería posible imaginarse que no les iba a hablar de recibir el Espíritu Santo?

¿Qué esperaban lograr Pedro, Pablo y los otros apóstoles cuando ayudaban a las personas a llenarse del Espíritu Santo? Lo mismo que Dios quiere para todos nosotros: que recibamos una gran efusión del amor de Dios en nuestro interior; que tengamos una experiencia de amor que vivifique los hechos históricos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Esa es la manera en que el Espíritu ablanda la dureza de nuestro corazón y así es como se construye la Iglesia. Eso es lo que transforma nuestra vida.

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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