Los habitantes del pueblo donde Jesús había crecido se sintieron indignados ante las pretensiones de este vecino suyo, que conocían tan bien y, por eso, pensaban que no tenía nada de extraordinario. “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?” (Mateo 13, 54). El hecho de conocer a Jesús como vecino impidió que los nazarenos reconocieran quién era el Señor en términos de su mensaje y sus obras.
San Mateo sitúa este pasaje inmediatamente después de la serie de parábolas que contó Jesús tratando de hacer un contraste entre la gente que “se quedaba en la playa” del lago para escucharle y los que oyeron sus palabras en la sinagoga de su pueblo, es decir, los que no se molestaron en ir a buscarlo.
La diferencia es la siguiente: Los que se reunieron a orillas del lago querían conocer a Jesús, escuchar sus palabras y tener una relación más profunda con él. Los de la sinagoga escuchaban con curiosidad, pero con cierta desconfianza. Finalmente, los tibios de su pueblo lo rechazaron. En cambio, los discípulos, “gente humilde, pecadora, temerosa”, lo escucharon, creyeron en él y se transformaron en poderosos instrumentos de la gracia de Dios.
¿Por qué el ver a Jesús solo a la distancia puede obstaculizar nuestra fe e incluso llevarnos a la incredulidad? Porque fácilmente podemos pensar que: “Dios es demasiado grande, o está demasiado ocupado para atender a mis pequeños problemas”, o bien, “es imposible que el Señor quiera hacer algo en mi vida hoy porque soy muy pecador.” Posiblemente el interés que una vez tuvimos por conocerlo haya desaparecido o que, debido a las desilusiones y frustraciones de la vida, se haya convertido en apatía.
¿De qué manera quiere reanimarnos el Espíritu Santo hoy día? Cualquiera sea la condición en la que nos encontremos, debemos acercarnos más a Cristo y aferrarnos a él con todas nuestras fuerzas.
En efecto, querido lector, no te límites a contemplarlo desde lejos; acércate a su lado y pídele, búscalo, toca a su puerta, para que él se te revele cada día más. Ve a caminar con él y deja que te hable al corazón. ¡Qué sorpresa te vas a llevar, pues todos cuantos lo buscan encuentran su amor misericordioso!
“Jesucristo, Salvador mío, cambia mi corazón, te lo ruego. Escucha mis súplicas, Señor, porque te amo con toda mi alma.”
Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 34-37
Salmo 81 (80), 3-6. 10-11
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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