“Postrándose, le rindieron homenaje” (Mt 2,11)
[En la fiesta de la Epifanía], estimulada (…) por el ejemplo de los bienaventurados Magos, Gertrudis se elevó con el fervor de su espíritu y, con humilde devoción, se prosternó a los pies santos del Señor Jesús, adorando en el nombre de todo lo que hay en el cielo, sobre la tierra y en los infiernos (cf. Flp 2,10).
No teniendo un don para ofrecerle dignamente, se puso a recorrer el universo entero en ansioso deseo, buscando entre todas las criaturas si podía descubrir entre ellas una que fuera digna de ser ofrecida a su único amado. Con prisa, ardiente y sin aliento, en la sed de su inflamado fervor, descubrió cosas despreciables que cualquier criatura hubiera sabiamente descartado, como indignas de ser ofrecidas para alabanza y gloria del Salvador. Pero ella, tomándolas ansiosamente, se esforzó en restituirlo al único a quien todo lo creado debería servir.
Gracias a su ferviente deseo atrajo hacia su corazón, toda la pena, el temor, el dolor y la angustia que puede soportar una criatura por su propia falta y enfermedad, no por gloria del Creador. Los ofreció al Señor como una mirra selecta. En segundo lugar, atrajo a ella toda la santidad fingida y la devoción ostentosa de los hipócritas, fariseos, heréticos y quienes se les parecen. Lo ofreció a Dios como un sacrificio de incienso muy suave. En tercer lugar, se esforzó por atraer a su corazón las ternuras humanas y el amor adulterado e impuro de todas las criaturas. Lo ofreció al Señor como oro precioso.
Todo esto se encontraba reunido en su corazón. El amoroso deseo con el que ella se esforzaba para rendir homenaje a su bien amado, los limpiaba de cualquier escoria como un fuego ardiente, como el oro es purificado en el fuego. Todo aparecía entonces como un noble y maravilloso regalo para el Señor. El deseo de serle agradable de todas las maneras posibles, testimoniado por estas ofendas, procuraba al Señor inestimables delicias, como si fueran dones exquisitos.
Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
El Heraldo, Libro IV, (SC 255, Œuvres spirituelles, Cerf, 1978), trad. sc©evangelizo.org
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