martes, 3 de octubre de 2017

Meditación: Lucas 9, 51-56


San Lucas aprovechó el viaje de Jesús a Jerusalén para darnos a conocer el camino del cristianismo.

Ese viaje fue una ruta de gloria, tanto para Jesús, que fue ascendido al cielo, como para la Iglesia, que lo seguía. Dios siempre ha tenido la intención de que su pueblo sea partícipe de su vida divina y de la gloria del cielo (Hebreos 2, 10; Juan 17, 22-23).

Cuando pensamos en el camino que recorrió Cristo a Jerusalén, debemos recordar la gloria de todo lo que allí sucedió: su pasión y su muerte, que revelan su perfecto amor al Padre y a su pueblo; su resurrección de entre los muertos y su posterior aparición a los sorprendidos y gozosos discípulos; y finalmente, su ascensión en gloria al lado de su Padre. Su hora en Jerusalén, que ya se acercaba, era el momento en que se cumpliría el plan de Dios para salvar a su pueblo y llevarlo a su gloriosa presencia en el cielo.

Jesús emprendió el viaje resuelto a completarlo, pese a todo el rechazo y el sufrimiento que encontraría. Los samaritanos no lo quisieron recibir, pero él permaneció decidido a cumplir su propósito, aun cuando dos de sus más cercanos discípulos se indignaron. En esto vemos un modelo para nuestra propia vida, en la que encontramos tantas pruebas y desencantos. Dios quiere que tengamos los ojos fijos en la gloria a la que él nos llama, para que en cada situación sigamos avanzando constantemente hacia nuestro glorioso destino.

Es preciso observar cómo vivió Jesús en la práctica su propia enseñanza. Había dicho a sus discípulos que debían amar a sus enemigos, bendecir a cuantos los maldijeran y poner la otra mejilla a quienes les golpearan (Lucas 6, 27. 31) y no quiso dejar que sus discípulos dieran rienda suelta a su enojo contra los pueblos inhospitalarios.

A veces nos sentimos frustrados cuando los demás no comparten nuestras ideas, y cuando rechazan las verdades de Dios en las que nosotros creemos. Con todo, Jesús no quiere que usemos el enojo ni la fuerza para tratar de convencer a las personas para que acepten la buena nueva. Debemos seguir el ejemplo de Cristo, que habló la verdad con amor, pero sin obligar a nadie.
“Señor, Espíritu Santo, concédeme una porción de la gloria que Dios tiene reservada para la Iglesia, y ayúdame a seguir el camino de Jesús en forma resuelta y gozosa.”
Zacarías 8, 20-23
Salmo 87(86), 1-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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