¿Acaso no es una alegría para el que está herido, saber que será curado? ¿O para el que está sucio, saber que será lavado? ¿O para el que está atado, saber que será puesto en libertad?
La acción de la contrición es tan simple como un suspiro y un par de palabras: “He pecado... ¡no lo volveré a hacer!”. Sin embargo, ese suspiro debe alcanzar los Cielos y hacerse mediador ante el trono de Justicia. Y esas palabras deben borrar, del libro de la vida, todos nuestros pecados que ahí aparecen registrados. Pero ¿de dónde pueden adquieren semejante poder? Del acusarnos sin ambages a nosotros mismos y de la ferviente compunción del corazón. Hacia ello debemos dirigir todo nuestro esfuerzo de arrepentimiento. Lo que tenemos que hacer, entonces, es emblandecernos y abrir nuestro corazón; luego, al momento de confesarnos, no debemos avergonzarnos de revelar todo lo que nos apena ante Dios y ante los demás.
Ciertamente, en el proceso de la confesión y la comunión, la parte más difícil es abrir nuestro corazón ante nuestro padre espiritual. Sin embargo, esta debería ser la parte más estimulante. ¿Acaso no es una alegría para el que está herido, saber que será curado? ¿O para el que está sucio, saber que será lavado? ¿O para el que está atado, saber que será puesto en libertad? Porque precisamente esa es la facultad del sacerdote en el Sacramento de la Confesión: nos acercamos a él llenos de heridas, y partimos sanos; venimos sucios, y nos retiramos limpios; venimos atados por cadenas, y nos vamos siendo libres. Esta es la promesa de Dios: “Enumera tus faltas primero, para ser justificado”.
Y sin duda seremos justificados, pero antes debemos confesar nuestros pecados, sin esconder nada. Sólo una herida descubierta cicatriza y sana, sólo la suciedad puesta en evidencia se limpia, sólo las cadenas visibles se pueden desatar. Recordémoslo, para no partir sin haber sanado, sin habernos limpiado y sin habernos liberado.
(Traducido de: Sf. Teofan Zăvorâtul, Pregătirea pentru spovedanie şi Sfânta Împărtăşanie, Predici la Triod, Editura Sophia, 2002, p. 86-87) - Fuente Doxologia
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