lunes, 16 de junio de 2014

Bendíceme

“Tú, Señor, bendices al justo, 
y como un escudo lo cubre tu favor.”
Salmo 5

Comienzo el día mirando a tu Templo, Señor, de cara al sacramento de tu presencia, a la majestad de tu trono. Quiero que el primer aliento del día sea un sentido de respeto y reverencia, un acto de adoración de tu poder y majestad, que todo lo llena y a todo da vida.

Tu Templo santifica la tierra en que se posa, y esa tierra, sobre la que anduviste un día, santifica a su vez el universo entero, del que es parte a la vez mínima y privilegiada. Por eso comienzo el día de cara al Templo, para fijar mis coordenadas y trazar mi ruta. Sé que durante el día me va a envolver una ola de trabajo y tensión y fricciones y envidia. No puedo fiarme de nadie ni creer nada. Hay quienes me desean el mal, y un paso en falso me puede llevar a la ruina. “Su corazón es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua.” Yo no sé descubrir sus emboscadas, yo me pierdo en las trampas y embustes que me tienden a cada paso. Quisiera fiarme de todos y creer pura y sencillamente lo que me dicen, pero esa inocencia me ha hecho sufrir demasiado en el pasado para poder volver a ser ingenuo.

Por esto te pido, Señor, que hagas que la gente trate conmigo con sencillez y honradez, para que yo no sufra con sus engaños. Que caiga sobre mí la sombra de tu Templo, el signo de tu presencia, para que, cuando la gente me hable, me digan la verdad, acepten mi palabra y me faciliten la vida. Esa es la bendición que te pido al romper el día. Que todos te vean a ti en mí, para que me traten con delicadeza y rectitud.

“Tú, Señor, bendices al justo, 
y como un escudo lo cubre tu favor.”

p. Carlos Valles sj

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