¿Somos seducidos por debilidad o escogemos pecar?
Nuestra conciencia, lugar donde Dios habita, nos inquieta; aún así, muchas veces, hacemos el mal. ¿Eso es resultado de nuestra debilidad o de nuestra libre elección?
Decir “no” al pecado es una lucha presente en la vida de todo cristiano que toma en serio su caminata. Es real percibir señales que anteceden al acto de pecar, porque somos invadidos por los deseos y las pasiones que no controlamos o que elegimos no controlar. Para que el acto sea pecaminoso necesita haber un proceso consciente, una decisión. Si no es conciente, o sea si la persona no tiene la capacidad de escoger entre hacerlo o no, no es pecado. En este contexto, existe una realidad que abarca todas las situaciones de pecado: la concupiscencia.
En el Catecismo de la Iglesia Católica, se lee que la concupiscencia: “puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana”(CIC 2515). O sea, es un acto de la razón que antecede al acto de pecar, podemos decir que es “planear” el pecado.
En el texto bíblico que meditamos vemos que Caín se enoja con la preferencia de Dios hacia la oferta hecha por su hermano Abel. El Señor, al darse cuenta, lo cuestiona: “¿Por qué andas irritado y con el rostro abatido?” (Gn 4,6). Dios tiene la intención de cambiar el corazón de Caín, pero él no se abre al Señor y se esconde. Dentro de él, estaba el deseo de matar a su hermano, y ni siquiera Dios, alertándolo sobre las consecuencias, lo hizo cambiar de idea.
¿Cuántas veces nos encontramos en situaciones ante las cuales nos damos cuenta, claramente, que estamos a punto de cometer un acto que resultará en pecado? Un hombre que se siente atraído por una mujer casada, por ejemplo, que cuando ve que puede ser correspondido, insiste, incluso sabiendo que debe evitarlo, porque aquello le agrada de alguna forma. Existe dentro del hombre esa alerta, pero nosotros, muchas veces, la ignoramos, la pasamos por alto, actuamos y pecamos. Nuestra conciencia, lugar donde Dios habita, nos inquieta delante de esas circunstancias, pero el hombre no ve o finge que no ve y continúa con su inclinación al mal.
Basta que miremos nuestros últimos pecados y reflexionemos. Veamos qué se fue generando dentro de nosotros antes de pecar. Sabíamos que la situación nos llevaría al error; aún así, continuamos. ¿Nos dejamos seducir por debilidad o, simplemente pecamos por libre elección?
Caín invitó a su hermano a ir al campo – aquí vemos que pensó en lo que iba a hacer, se trata de acto premeditado, el primer homicidio relatado en la Biblia. Este hecho nos quiere enseñar que en nosotros existe esa postura de planear el pecado y engañar a Dios; muchas veces, nos engañamos a nosotros mismos, en una actitud consciente y premeditada.
Nuestra lectura termina con una frase que crea en nosotros un impacto, si nos detenemos y reflexionamos sobre ella: “el pecado acecha a tu puerta y te acosa aunque tu puedes dominarlo” (Gn 4,7). Esa frase de Dios dirigida a Caín revela que el Señor conocía la intención de su corazón, tanto que, si leemos todo el versículo siete, donde Dios le habla a nuestro personaje, veremos que Él ve su apariencia, señal clara de que “el pecado estaba acechando su puerta” (cf. Gn 4,7). Sí, el ser humano da señales claras de que va a pecar, en esas señales, tenemos la oportunidad de luchar contra el pecado, de afianzar nuestro corazón y declarar en Dios: “¡PHN! Por hoy no, por hoy no voy a pecar”. Esas señales nos dan la chance de elegir entre el bien y el mal.
Entonces, encontraremos una llave en la lucha por la santidad, un arma que el propio Dios nos dio. Como vemos en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), la concupiscencia no caracteriza al pecado en si mismo, es el intervalo entre el estimulo que recibimos y nuestra reacción. Así podemos decir que, en ese intervalo, podemos controlarnos y detener nuestra reacción. Por lo tanto, ¡es posible dominar el deseo, dominar la concupiscencia!
No fuimos creados para ser esclavizados por nuestros deseos, y necesitamos convencernos que solo no podemos dominarlos. Dios coloca personas a nuestro lado, coloca lecturas, prédicas y mucho más para que crezcamos en nuestro autoconocimiento y también en el día a día. Él nos da la posibilidad de elegir qué hacer ante los estímulos externos que recibimos. Y una capilla, una iglesia, es el lugar ideal para derramar nuestras angustias, para estar delante de Jesús y pedirle el auxilio necesario, pues el Espíritu viene en auxilio de nuestra flaqueza (cf. Rom 8,26). ¡Eso requiere entrenamiento, requiere esfuerzo y lucha!
¡Dios nos bendiga en esta batalla por la santidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario