“Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares.”
Me siento feliz al decir esas palabras. Déjame repetirlas: “Tú eres mi Dios, en tus manos están mis azares.” Se me quita un peso de encima, descanso y sonrío en medio de un mundo difícil. “Mis azares están en tus manos.” ¡Benditas manos! ¿Y cómo he de volver a dudar, a preocuparme, a acongojarme pensando en mi vida y en mi futuro, cuando sé que está en tus manos? Alegría de alegrías, Señor, y favor de favores.
“Mis azares.” Buena suerte, mala suerte; altos y bajos; penas y gozos; luces y sombras. Todo eso es mi vida, y todo eso está en tus manos. Tú conoces el tiempo y la medida, tú sabes mis fuerzas y mi falta de fuerzas, mis deseos y mis limitaciones, mis sueños y mis realidades. Todo eso está en tu mano, y tú me amas y quieres siempre lo mejor para mí. Esa es mi alegría y mi descanso.
Que esa fe aumente en mí, Señor, y acabe con toda ansiedad y preocupación en mi vida. Desde luego que seguiré trabajando por mis “azares” con todas mis fuerzas y con toda mi alma. Soy trabajador incorregible, y no he de bajar las miras ni disminuir el esfuerzo; pero ahora lo haré con rostro alegre y corazón despreocupado, porque ya no estoy atado a conseguir el éxito por mi cuenta. Esos “azares” están en tus manos, y bien se encuentran allí. Yo ahora puedo sonreír y cantar, porque por primera vez empiezo a sentir que el yugo es suave y la carga ligera. Mi esfuerzo seguirá, pero desde ahora el resultado está en tus manos, es decir, fuera de mi competencia y, por consiguiente, fuera de mi preocupación.
La paz ha vuelto a mi alma desde que yo he aprendido las benditas palabras: “Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares.”
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