Llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos
el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu.
Que renueve la faz de la Tierra.
Oremos:
Oh Dios,
que llenaste los corazones de tus fieles
con la luz del Espíritu Santo;
concédenos que,
guiados por el mismo Espíritu,
sintamos con rectitud y
gocemos siempre de tu consuelo.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
El don de Consejo.
Sabemos cuán importante es, en los momentos más delicados, poder contar
con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este don en nosotros? En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos conduce cada vez más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad. La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre al mismo tema: ¡la oración! Es muy importante la oración. Rezar con las oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero también rezar con nuestras palabras.
Decir al Señor: «Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer ahora?». Y con la oración
hacemos espacio, a fin de que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos hacer. ¡La oración! Jamás olvidar la oración. ¡Jamás! Nadie, nadie, se da cuenta cuando rezamos en el autobús, por la calle: rezamos en silencio con el corazón.
Aprovechamos esos momentos para rezar, orar para que el Espíritu nos dé el don de consejo.
En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco, dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas son las palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo: «No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10, 19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejar espacio al Espíritu, para que nos pueda aconsejar. Y dejar espacio es rezar, rezar para que Él venga y nos ayude siempre.
Como todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas... Y vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo.
Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto... Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo.
Vosotras, mamás, que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). Que el Espíritu infunda siempre en nuestro corazón esta certeza y nos colme de su consolación y de su paz. Pedid siempre el don de consejo.
PAPA FRANCISCO -miércoles 7 de mayo de 2014
¡Oh Espíritu Santo! Que llenaste con tu Divina presencia a los Apóstoles, mientras perseveraban fervorosamente unidos en oración con María; ayúdanos a crecer en la vida de nuestras comunidades, animados por tus siete dones, y danos la gracia que te pedimos en esta Novena.
Amén.
Padre Nuestro que estás...
Padre Nuestro que estás...
Padre Nuestro que estás...
Dios te Salve María, llena eres de Gracia...
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fíeles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne,
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección,
evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu Santo,
creamos en todo tiempo.,
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos. Amén.
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