El intrigrante silencio de la Virgen María después de Pentecostés y la misión de Madre de Jesus en la Iglesia.
Después de Pentecostés, el silencio de la Santísima Virgen María es al comienzo, casi incomprensible pues la Madre de Jesús estuvo presente, según la Palabra y la Tradición, en los tres momentos constitutivos del ministerio de Cristo y de la Iglesia: la Encarnación del Verbo, el Misterio Pascual y Pentecostés. En el cenáculo, nuestra Señora está presente junto con unas mujeres pero en un plano superior, no solamente en relación a ellas, sino también a los apóstoles.
La Virgen María está presente como “madre de Jesus”. Eso significa que el Espíritu Santo, que está viniendo, es el ‘espíritu de su Hijo’. Entre ella y el Paráclito hay una ligación objetiva e indestructible, que es el mismo Jesus, que engendraron juntos. En el calvario, María estaba a los pies de la cruz de Jesús como Madre de la Iglesia, en el Cenáculo, ella se muestra como madrina:”Una bautizada por el espíritu que ahora, presenta la iglesia para el Bautismo del Espíritu. Si los bautizados son adultos, la madrina los ayuda en la preparación, es lo que María hizo con los apóstoles y hace con nosotros”. Pero, después de Pentecostés, cuando los apóstoles y los discípulos de Jesús fueron bautizados por el Espíritu Santo, la Madre de Cristo desaparece, en el silencio más profundo. ¿Cómo entender ese silencio de María en la Palabra de Dios, después de Pentecostés?
Para entender el silencio de la Virgen después de Pentecostés no podemos partir de la Palabra de Dios, pues no hay ninguna fuente escrita que nos de información al respecto de la Madre de Jesús. Sin embargo, por inducción, a partir de los frutos y de las realizaciones que la Palabra produjo en la Iglesia, podemos extraer de la experiencia de los santos algo que dice respecto de la vida interior de la Madre de la Iglesia. Pues hay ciertos elementos constantes en el campo de la vida espiritual y de la santidad. Por eso, a partir de la experiencia de los santos y santas, que dejaron sus familias, sus trabajos y sus bienes para dedicarse por entero a Dios, en una vida silenciosa y escondida, podemos comprender mejor el silencio de María después de Pentecostés, que marca el inicio de la misión de la Iglesia.
La Virgen María fue la “primera monja de la Iglesia”. Después de Pentecostés, es como si ella hubiese entrado en clausura. La vida de Nuestra Señora ahora está “escondida con Cristo en Dios”. Así como en la vida de los santos, el silencio de María es el argumento más seguro y elocuente de todos. “Maria inauguró en la Iglesia, aquella segunda alma o vocación, que es el alma escondida y orante, al lado del alma apostólica y activa”. Los apóstoles después de recibir el Espíritu Santo, van deprisa a las plazas a predicar, fundan y dirigen iglesias, enfrentan procesos y convocan un Concilio. Pero en relación a María, no se dice nada pues ella permanece unida en oración con las mujeres del cenáculo. De esa forma, su silencio nos muestra que en la Iglesia, el servicio en la construcción del Reino de los cielos no lo es todo, son indispensables las almas orantes que lo sustentan.
Nuestra Señora es el “prototipo y el modelo acabado” de la Iglesia. La Madre de Dios es la imagen de la Iglesia en el sentido de arquetipo, es decir como ‘idea’ realizada de forma perfecta e inigualable. Para comprender ese carisma de María, volvamos a la experiencia de Santa Teresita del Niño Jesús, al descubrir su vocación en la Iglesia.
Después de leer la descripción de los carismas hecha por San Pablo, Teresita “hubiera deseado ser apóstol, sacerdote, mártir..Esos deseos se venían tornando para ella un verdadero martirio hasta que un día, descubrió que “el cuerpo de Cristo tiene un corazón que mueve a todos los miembros y sin el cual todo pararía“. En el auge de su alegría exclamó: ‘En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor y así seré todo’. Aquel día, Santa Teresita descubrió la vocación de María: “ser, en la Iglesia, el corazón que ama, que nadie ve pero que mueve todas las cosas. Sin él todo el cuerpo pararía”.
Así, la presencia de la Virgen en la Iglesia fue, y continúa siendo presencia orante y silenciosa, escondida a los ojos de los hombres. Esa es la vocación de los religiosos y religiosas que también dice al respecto de la vocación de los laicos y laicas de la Iglesia. Esa vocación al silencio, al escondimiento y a la oración fue revelada a Santa Faustina, en un momento de oración, por la propia Madre de Jesús: “vuestra vida debe ser semejante a la mía: silenciosa y oculta, continuamente unida a Dios, en súplica por la humanidad y para preparar el mundo para la segunda venida de Dios.
Acojamos esas palabras de Nuestra Señora y busquemos vivirlas con una vida silenciosa y oculta, continuamente unida a Dios, en oración suplicante por la salvación de la humanidad, preparando el mundo para la segunda venida de Jesucristo. Esa es la vocación de María y nuestra vocación, la vocación de la Iglesia: en el silencio, en el escondimiento y en la oración, ser el corazón que ama y que mueve todo para preparar un pueblo bien dispuesto para la venida de Jesús y para el Reino de los Cielos.
Natalino Ueda
Misionero de la Comunidad Canción Nueva
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