La oración de una madre por su hijo es poderosa
Dios estableció una ley: necesitamos pedirle las gracias necesarias en nuestra vida para que seamos atendidos. Jesús fue enfático: “En verdad les digo: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Pues todo aquel que pide, recibe; todo aquel que busca, encuentra; a todo el que llama, se le abrirá.” (Lc 11,8-10).
Jesus dijo eso después de contar el caso del vecino que tocó la puerta para pedir un poco de pan a media noche porque había recibido una visita y estaba sin pan. Como el otro no quiso atender, Jesús dijo: “Les digo, si no se levanta para darle los panes por ser su amigo, aunque sea por su impertinencia, se levantará y le dará los panes que necesite”.
Entonces, ¿Qué es lo que Jesús está queriendo enseñarnos con eso? Debemos hacer lo mismo con Dios. ¡Importunarlo!, pero ¿por qué Dios es así? Es para saber, si de verdad confiamos en El, si tenemos fe de verdad, como aquella mujer cananea, que no era judía pero pidió con insistencia, que El curase a su hijo endemoniado.
“ Una mujer cananaea, de aquella región se le acercó gritando: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!” (Mt 15, 22). Cuando Jesús le dijo que no podía quitar los panes de los hijos (judios) para darla a los cachorros (paganos), ella no desisitió y le pidió para recibir, al menos, las migajas que caían de la mesa. Jesús se tocó y curó a su hija. “Mujer, qué grande es tu fe, hágase como quieres” y desde ese mismo momento su hija quedó sana.
Si pedimos una vez o dos, pero no recibimos la gracia y no pedimos más, es porque no confiamos en el Señor. San Agustín enseñó lo siguiente:
“Dios no nos mandaría pedirle si no nos quisiese oir. La oración es una llave que nos abre las puertas del cielo. Cuando veas que tu oración no se alejó de ti, puedes estar seguro de que la misericordia tampoco se alejó de ti. Los grandes dones exigen un gran deseo, mientras que todo lo que se alcanza con facilidad no se estima tanto como lo que se deseó por mucho tiempo. Dios no te quiere dar lo que pides inmediatamente, para que aprendas a desear con gran deseo”.
Nadie como él entendió la fuerza de la oración de una madre por su hijo, pues durante veinte años su mamá Santa Mónica rezó por su conversión y la alcanzó. El mismo lo cuenta en su libro “Confesiones”.
El santo dijo que ella iba, tres veces por día, delante del Sagrario en Hipona, y pedía a Jesús que su Agustín se volviese un “gran cristiano”. Era todo lo que ella quería, no pedía que se convierta en un gran padre, obispo, santo ni doctor de la Iglesia, ni uno de los más grandes teólogos y filósofos de todos los tiempos. Dios le quería dar más, quería que Agustín fuese ese “gigante” de la fe. Pienso que si ella hubiese parado de rezar después de pedir durante 19 años, su hijo no se habría convertido y nosotros no lo tendríamos como Doctor de Gracia.
Cuando Agustín dejó Africa del Norte para ser el orador oficial del emperador romano, en Milán, ella fue detrás suyo. Embarcó y atravesó el Mediterráneo y fue a rezar por su hijo. Un día, fue hasta el obispo de Milán, con lágrimas,y le dijo que no sabía qué más hacer para la conversión de su hijo, cuya fama el obispo bien conocía. El obispo simplemente le respondió: “Hija mía, es imposible que Dios no convierta al hijo de tantas lágrimas”. Y sucedió. San Agustín, escuchando las prédicas de San Ambrosio, obispo de Milán, se convirtió, fue bautizado y después fue ordenado padre, escogido para ser obispo y uno de los más grandes santos de la Iglesia. Todo porque aquella madre no se cansó de rezar por la conversión de su hijo, durante ¡veinte años!.
San Agustin dijo en “Confesiones” que las lágrimas de su mamá, delante del Señor en el Sagrario, eran como la sangre de su corazón que destilaba como lágrimas por sus ojos”. ¡Qué belleza!¡ Qué fe!. Es exactamente lo que la Iglesia enseña: que nuestra oración debe ser humilde, confiada y perseverante. Humilde como la del publicano que se golpeaba el pecho y pedía perdón delante del fariseo orgulloso, confiada como la de la madre cananea y perseverante como la de Mónica. Dios no resiste las lágrimas y las oraciones de una mamá que reza asi.
Profesor Felipe Aquino
Master y Doctor en Ingeniería Mecánica. Recibió el título de Caballero de la Orden de San Gregorio Magno por el Papa Benedicto XVI, es autor de varios libros y presentador de programas de televisión y radio de la comunidad Canción Nueva.
Master y Doctor en Ingeniería Mecánica. Recibió el título de Caballero de la Orden de San Gregorio Magno por el Papa Benedicto XVI, es autor de varios libros y presentador de programas de televisión y radio de la comunidad Canción Nueva.
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