Intercesión
Combate Espiritual
Cyril John
La Guerra de Kargil que tuvo lugar de mayo a julio de 1999 entre mi país, India, y nuestro vecino Paquistán, fue denominada Operación Vijay. La guerra duró 50 días y según el Gobierno indio era necesaria porque Paquistán había ocupado ilegalmente parte de nuestro territorio en la zona fronteriza. De hecho, fue un intento valiente de recuperar territorio que siempre había pertenecido a la India y estaba en ese momento bajo ocupación paquistana. Algo parecido sucede en el ámbito espiritual donde se hace necesario el combate espiritual.
Todo el universo fue creado por Dios y “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Gen 1, 31). Sin embargo, despacio y sin cesar el maligno logró ejercer su influencia sobre las personas, familias, lugares, organizaciones, movimientos, gobiernos e incluso naciones en su conjunto. La guerra que comenzó en el cielo entre los dos reinos (Ap 12, 7-12), continúa combatiéndose hasta ahora. San Pedro nos advierte: “Sed sobrios y estad vigilantes, porque vuestro enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe 5, 8). Lo que necesitamos hacer es detectar al enemigo y sus artimañas y no sucumbir al miedo o la histeria que busca demonios en cada situación.
El combate espiritual
Aquellos que han experimentado el Bautismo en el Espíritu Santo y han entregado su vida a Jesús de nuevo, parecen estar siempre enfrentados al ataque activo de Satanás en tentaciones directas o sutiles. “Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef 6, 12). El conflicto implica a cada cristiano bautizado — no sólo a algunos grupos especializados como sacerdotes, misioneros, evangelistas, etc. El combate espiritual es algo en lo que todos nosotros estamos implicados. El ministerio de Jesús y sus seguidores arroja mucha luz sobre la obra de Satanás, su reino y sus estrategias. Necesitamos saber que el combate espiritual no es perseguir demonios. Se refiere a la actividad espiritual en la que usted y yo tenemos que implicarnos, contra los designios inicuos del maligno y su ejército, dirigidos contra Dios y Sus hijos.
La intercesión es combate espiritual
La intercesión en su verdadero sentido es combate espiritual, independientemente de si el intercesor es consciente de ello o no. Alguien definió la intercesión como “la oración santa, en fe y perseverante por la cual alguien suplica a Dios por otro u otros que necesitan desesperadamente la intervención de Dios”. El intercesor realmente construye un muro o permanece de pie en la brecha ante el Señor por la tierra o sus habitantes (Ez 22,30). Por permanecer en la brecha un intercesor facilita el proceso de recuperar la tierra o sus habitantes bajo la ocupación ilegal o influencia del maligno. El intercesor también les protege construyendo un muro. Pude entender la importancia de este pasaje bíblico y su conexión con el ministerio de intercesión cuando hice una visita a la Gran Muralla china, una de las Siete Maravillas del Mundo, el día 21 de marzo de 2009. La Muralla con una longitud de 6.400 kilómetros, grosor de hasta 9 metros y altura de hasta 7,5 metros, fue construida durante un lapso de 2.100 años, para proteger a las personas del Norte de China de los mongoles y otros invasores. Por medio de la oración, el intercesor también construye un muro (similar a la Gran Muralla de China) para salvaguardar al pueblo de Dios del ataque del enemigo.
San Pablo nos pide que nos unamos a él en su “lucha” por el Evangelio, diciendo: “Pero os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones rogando a Dios por mí” (Rm 15, 30). La lucha de la que habla es contra las fuerzas del mal. Esto nos da una instrucción bíblica de que la oración de intercesión es, sin duda, parte de una lucha intensa contra las fuerzas del mal. Pablo comprende claramente que él no está luchando “contra la carne y la sangre, sino contra…los Espíritus del Mal…” (Ef 6, 12). Por consiguiente, para que nosotros podamos interceder eficazmente como misioneros, debemos prepararnos como soldados para la batalla.
El enemigo
En una guerra es importante que conozcamos al enemigo, sus fuerzas, y sus estrategias. El enemigo en el combate espiritual es Satanás y sus espíritus malignos. Los pasajes de la Biblia Ap 12, 7-12, 17 y 2 Pe 2,4 junto con aquéllos de la caída del rey de Babilonia en Is 14, 12-15 y Ez 28,12-17, han creado la base para las enseñanzas de los Padres de la Iglesia de que Satanás y sus espíritus malignos eran ángeles que perdieron su lugar en el cielo por el pecado. Durante su Audiencia General el 15 de noviembre de 1973, respondiendo a la pregunta, “¿Cuáles son las necesidades mayores de la Iglesia hoy?” El Papa Pablo VI dijo: “Que no le sorprenda nuestra respuesta por demasiado simplista, supersticiosa o irreal. Una de las necesidades mayores es la defensa de ese maligno llamado el Diablo.” Es bastante obvio que la Iglesia está en continuo combate espiritual con Satanás y sus fuerzas malignas. Al mismo tiempo no deberíamos olvidar el hecho de que por medio de Su muerte y resurrección, Jesús ya ha derrotado al enemigo: “Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal” (Col 2, 15).
El guerrero
Cada uno de nosotros debemos ser un guerrero en este combate espiritual. Pero, ¿por qué nos necesita Dios en la batalla? El dominio que estaba bajo Satanás nos ha sido restaurado por Jesús (Col 1, 13-14). A pesar de esto, Dios no ejercerá Su autoridad en un reino dado a nosotros e intervendrá sólo cuando le invitemos en oración (Ez 22, 30; Ef 6,18; 1 Tim 2, 1-4). Cuanto más nos impliquemos en el ministerio de intercesión, seremos guerreros más incondicionales.
El campo de batalla
¿Dónde entabla la batalla el enemigo? “Para los incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo para impedir que vean brillar el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios” (2 Cor 4, 4). El campo de batalla, por tanto, es nuestra mente. Éste es el campo de batalla donde Satanás y sus fuerzas constantemente hacen la guerra para tomar el control de nuestros pensamientos, convicciones, decisiones e imaginación (2 Cor 10, 3-6). Somos testigos de esto a nuestro alrededor en estos tiempos.
Protección del guerrero
Cada cristiano tiene que ponerse la armadura de Dios si quiere sobrevivir a los ataques del enemigo. San Pablo nos advierte que nos protejamos con toda la armadura de Dios. ¿Cuál es entonces esta armadura de Dios que nos protege? “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, tened en la mano siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6, 10-17)
La carta a los Efesios fue escrita por Pablo entre el año 58 y 60 AD desde la prisión en Roma. Toma un legionario romano de su época, que debía estar vigilándole, y muestra las seis piezas de armadura que el legionario lleva normalmente. Hoy en día, los turistas pueden ver a personas mostrando las seis piezas de la armadura mientras permanecen de pie fuera de la prisión en Roma. Lo que lleva el legionario romano es comparado por Pablo a dotaciones espirituales para equiparse para el combate espiritual. Los cinco primeros son armadura defensiva y el ultimo — la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios — es tanto ofensivo como defensivo.
Las armas
Para ganar la guerra, es absolutamente fundamental que el guerrero tome la ofensiva. Las armas a disposición del guerrero son: (i) el arma de la oración: “siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu” (Ef 6, 18); (ii) el arma de la alabanza: “los elogios de Dios en su garganta…” (Sal 149, 6) y (iii) el arma de la proclamación de la Palabra: existe un poder tremendo en la Palabra de Dios y siempre cumple su misión (Is 55, 11; Jer 23, 29; Heb 4, 12).
Conclusión
De los acontecimientos diarios de nuestras propias vidas personales y aquéllas de los santos, a la organización compleja de grupos, gobiernos y organizaciones, es obvio que Satanás y sus espíritus malignos conciben maneras para meterse a hurtadillas en casi todas las partes e intentar ejercer su influencia. Por lo tanto, aquéllos que quieren vivir una vida cristiana fructífera y santa deben reconocer la realidad de la existencia y las estratagemas de Satanás, y controlar y derrotarlo en el poder y autoridad del Señor Jesús. Explicando el fenómeno del combate espiritual, San Ignacio de Loyola dijo: “Contra este plan (divino) el diablo se lanza. Él es el principal e implacable enemigo. Desde los días del paraíso terrenal, no ha cesado de tentar a los hombres para destruirles. Sus tácticas son conocidas; aun cuando consigue hacer incontables víctimas, su procedimiento puede definirse fácilmente en tres palabras: punto de ataque bien escogido, operaciones secretas, y un asalto tanto más furioso donde le falta energía a la resistencia… Es indispensable, por tanto, la vigilancia, junto con la firme resolución de siempre hacer lo contrario de lo que él propone. Allí residen la sabiduría y la salvación”.
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