miércoles, 29 de julio de 2015

Don de Fe y Milagros - Parte X

LA FE ES UN ARMA
Del libro "Don de Fe y Milagros" - Parte X

Cuando un hombre camina revestido de fe, el mal no lo alcanza porque, con la fe, mucho más que con todas las otras virtudes, está bien protegido contra el demonio, que es el más fuerte y astuto enemigo. Nadie se puede defender si no tiene por escudo a la fe. Por esa razón, Jesús alerta que quien no cree ya está perdido porque rechazó el socorro enviado de parte de Dios (cfr. Jn 3,18).

San Mateo enseña algo parecido cuando afirma que la falta de confianza hace que Jesús opere pocos milagros entre su gente (cfr. Mt 13,58) Y lo mismo quiere enfatizar San Lucas al destacar que, cuando Pedro fue reivindicado por Satanás, dentro de otras cosas que Jesús podría haber pedido al Padre era por él, ninguna fue más importante que “una fe que no desfallezca” (cfr. Lc 22,32). Es por la fe que se distingue el cristiano. En ella está el principio de todo. Ella es el comienzo de la vida eterna: “Mientras tanto desde ya contemplamos las bendiciones de la fe, como un reflejo en el espejo, es como si ya poseemos las cosas maravillosas que un día disfrutaremos, conforme nos garantiza nuestra fe” (San Basilio)

En la fe, por el don del Espíritu Santo, esa vida eterna ya nos fue dada. Ya estamos viviendo el comienzo de una existencia que no tendrá fin. Es necesario comprender que la vida atraviesa varias fases y una de esas etapas es la que vivimos en la carne, en este cuerpo santificado por Dios. El derramamiento del Espíritu Santo sobre una persona da un nuevo impulso a su vida, de forma que su cuerpo reacciona de una manera que no podría reaccionar sin el Espíritu: se vuelve más dinámico, más lleno de energía, en otras palabras más vivo. La fe es esa fuente de vida que llena de ánimo, revitaliza y potencializa nuestro cuerpo.

Creemos no sólo con el espíritu, el cuerpo también manifiesta fe. Por eso, aunque la persona posea una carne frágil y doliente, por la fe en Dios, su cuerpo produce muchos y maravillosos frutos. Sin la fe, el hombre no quiere correr riesgos, de forma que hace siempre las mismas cosas que está acostumbrado, se vuelve esclavo de la rutina y aborrece la propia vida. Vive para repetir el pasado no consigue dar un rumbo que valga la pena para su futuro. Y por no saber dar un sentido a su vida, pierde el gusto por ella, y vive triste en el presente. La vida alegre, desbordante de entusiasmo, que todos queremos, se llama fe.

Muchas personas pueden ir más lejos de lo que ellas mismas imaginan. ¿Quieren saber por qué? El motivo es simple: rechazamos creer que somos capaces de realizar muchas cosas apenas porque tenemos miedo de ser contrariados y de fracasar. Por lo tanto, quien se acobarda y no toma las oportunidades por miedo a equivocarse, o de cómo los otros van a reaccionar, jamás descubrirá el poder de realización que el Espíritu Santo le dio. Tampoco aprenderá cuales son los límites de sus capacidades. Sólo cuando nos arriesgamos es que lo descubrimos. Solamente cuando intentamos ir más lejos y sobrepasar nuestros límites es que podemos ser capaces de saber dónde podemos llegar y aceptar nuestras limitaciones. Quien no quiere intentar lo que parece estar más allá de su alcance muere sin saber si lo habría podido conseguir si lo hubiese intentado, si se hubiese esforzado un poco más. Jesús afirma que “para Dios todo es posible” (Juan 10,27) y ese mismo Jesús asegura que “todo es posible para quien cree” (Mc 9,23) y ese mismo Jesús asegura que “todo es posible para quien cree” (Mc 9,23). Pero, ¿quién es aquel que cree eso respecto de sí mismo? Paulo solo consiguió hacer lo que hizo porque tuvo la osadía de creer: “Todo lo puedo en aquel que me da fuerzas” (cfr. Flp 4,13) Las personas siempre consiguen hacer únicamente aquello que creen que son capaces de hacer. Algunas veces, realizamos cosas que nunca habíamos imaginado, por la simple razón de que alguien creyó e invirtió. Conozco un joven que no conseguía hablar en público, tenía dificultades con los estudios y su ambición se limitaba a conseguir un empleo decente; con ocasión de un concurso, su profesor creyó en él, lo desafió, lo provocó al extremo, pero también le dio todo el apoyo necesario. El joven no solamente pasó el concurso, como descubrió sus capacidades de estudio, desarrollo un talento para comunicarse e impresionó a todos los que le conocían.

¿Por qué insistimos en no creer en nosotros mismos cuando el propio Dios cree en nosotros? Dios sabe de qué somos capaces aún cuando dudamos de nuestro propio potencial. Hay ciertas fuerzas que nos son extremamente necesarias y solo se manifiestan mediante la confianza. Eso es, cuando aprendemos a confiar en nosotros mismos, cuando aceptamos la confianza que los otros nos tienen, y cuando descubrimos que Dios, más que cualquier otro, cree e invierte en nosotros. Basta que la persona aprenda a confiar para que sus fuerzas sean renovadas y nuevas fuerzas le sean otorgadas: “Con el Señor enfrentaré batallones; con mi Dios, escalaré murallas” (2 Sam 22,30). El Señor “da ánimo al hombre cansado, recupera las fuerzas del frágil. Hasta los jóvenes se fatigan y cansan y aún los mismos guerreros algunas veces tropiezan! Pero lo que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, crean alas como las águilas, corren y no se fatigan, andan, andan y nunca se cansan” (Is. 40, 29-31)

La confianza en sí mismo solo crece en la medida en que la persona aprende a amarse. Alguien que no se ama difícilmente conseguirá amar a otro. Cuando nosotros no nos aceptamos ni queremos ser nosotros mismos, cuando gastamos nuestro tiempo, insatisfechos, intentando ser otra persona, somos incapaces de confiar, soportar y amar a quien quiera que sea. Si la persona se desprecia, la vida de ella se vuelve un tormento infernal para ella y para todos los que conviven con ella.


Del libro: “Dons de Fé e Milagres”
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova
Adaptación Del original em português.

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