Me topé con un escrito que describía lo que hace un intercesor valiéndose de una analogía con las primeras palabras del cántico de María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor” (Lc 1,46), literalmente “Mi alma magnifica al Señor” La palabra magnificar significa engrandecer, alabar, ensalzar. Una lupa –que es una lente de aumento-, cuando se coloca sobre un texto y se enfoca correctamente, nos permitirá ver una palabra o frase con claridad, aumentándola de modo que se destaque sobre el texto alrededor. ¿Alguna vez has tomado una lente o una lupa y colocándola sobre un pedazo de papel ha hecho que los rayos del sol la atraviesen? El papel lentamente se vuelve marrón, y como el calor concentrado llega hasta él, aparece humo y finalmente el papel arde en llamas. Como intercesores, estamos llamados a “enfocar” el poder de Dios en las personas y situaciones a través de la oración. Por la intercesión nos colocamos a disposición de Dios como una “lente” de oración. El intercesor, por consiguiente, es lupa (o sea, lente que aumenta, magnifica) de Dios de muchas maneras. El invoca, con confianza, la misericordiosa intervención de Dios sobre la vida de las personas, y también tributa alabanzas y acciones de gracias a Dios, quien extiende su mano para salvar. El intercesor se une a Cristo, quien alaba y da gracias al Padre (Mt. 15,36; Lc 10,21; Lc 22, 17-19), y comparte la agonía de Cristo que está entre el cielo y la tierra implorando la salvación del mundo (Lc 23,34)
¡Eso es intercesión!
Cyril John
Vice-presidente ICCRS
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