En el Evangelio de San Juan, se ve que Marta es la persona activa y hacendosa que salió a encontrar a Jesús, mientras que María, quizás más contemplativa, permanecía en casa. A medida que las palabras de Jesús la fueron iluminando, Marta fue entendiendo mejor. Ya había percibido que Jesús estaba muy cerca de Dios, pero no lo veía todavía como “el Mesías, el Hijo de Dios.”
Marta pensaba que Jesús, por su cercanía a Dios, recibiría todo lo que pidiera: “Aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas.” Jesús podía haber terminado allí la conversación, pero la continuó porque quería que Marta tuviera una fe más firme y profunda, y le dijo que su hermano resucitaría, para ver qué le respondía ella. “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día” replicó Marta, que entonces estaba al umbral de una gran revelación.
Así que Jesús le dijo francamente: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” Y viendo que la gloria de la verdad de Dios amanecía en ella, Marta declaró: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Jesús condujo a Marta a través de un proceso mediante el cual su fe creció y se profundizó, y él quiere que todos pasemos también por el mismo proceso.
“Señor Jesús, sabemos que tú eres el autor y perfeccionador de nuestra fe, que has comenzado una buena obra en nosotros y no descansarás hasta completarla. Con fe en estas promesas eternas, te pedimos que nos vayas transformando en tu imagen, recibiendo cada vez más de tu gloria, como lo hiciste con Marta.”
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