“Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.”Mateo 13, 43
El Evangelio de hoy nos invita a meditar en la realidad del bien y el mal que vemos en nosotros mismos, en los demás y en el mundo. ¡Qué bendición es poder leer los relatos de los Evangelios, en los que podemos “escuchar” las enseñanzas de Jesús, nuestro Señor y “presenciar” sus acciones!
Jesús dice que los discípulos son dichosos porque abren los oídos para escuchar su Palabra y los ojos para ver las señales del Reino de Dios. Pero muchos no entienden lo que el Señor enseña porque tienen el entendimiento embotado por el egoísmo, la indiferencia o la autosuficiencia.
Con todo, los discípulos le piden que les explique la parábola. Uno también puede pedirle al Señor que le explique por qué no avanza más en su vida interior, diciéndole: ¿Cómo puedo serte más fiel, buscarte en el trabajo o en lo que me sucede?
Jesucristo nos invita a elevar la mirada hacia el ámbito celestial, allá donde nos espera la morada definitiva. A menudo vivimos muy de prisa, y rara vez nos detenemos a pensar en que un día deberemos dar cuentas a Dios de la vida que hayamos llevado, de lo que hayamos hecho con los dones, los talentos y las cualidades que él nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una selección, en la cual Dios separará a los que han sido fieles y los que no lo han sido.
El cielo hay que ganarlo en la tierra, en el día a día, no esperando situaciones que quizá nunca llegarán, sino haciendo lo que hay que hacer por lo que somos: hijos de Dios. Hay que vivir con sencillez, humildad y siendo fieles a lo que es ordinario, lo que a los ojos del mundo no tiene trascendencia alguna.
El Evangelio también nos recuerda que aquello que cosecharemos será lo que hayamos sembrado en esta vida, en el huerto que hoy nos toca cuidar, y que idealmente debería dar un fruto al ciento por ciento, para que cuando Dios nos llame a su presencia, le podamos presentar algo: actos de fe, de esperanza y de amor.
Jesús dice que los discípulos son dichosos porque abren los oídos para escuchar su Palabra y los ojos para ver las señales del Reino de Dios. Pero muchos no entienden lo que el Señor enseña porque tienen el entendimiento embotado por el egoísmo, la indiferencia o la autosuficiencia.
Con todo, los discípulos le piden que les explique la parábola. Uno también puede pedirle al Señor que le explique por qué no avanza más en su vida interior, diciéndole: ¿Cómo puedo serte más fiel, buscarte en el trabajo o en lo que me sucede?
Jesucristo nos invita a elevar la mirada hacia el ámbito celestial, allá donde nos espera la morada definitiva. A menudo vivimos muy de prisa, y rara vez nos detenemos a pensar en que un día deberemos dar cuentas a Dios de la vida que hayamos llevado, de lo que hayamos hecho con los dones, los talentos y las cualidades que él nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una selección, en la cual Dios separará a los que han sido fieles y los que no lo han sido.
El cielo hay que ganarlo en la tierra, en el día a día, no esperando situaciones que quizá nunca llegarán, sino haciendo lo que hay que hacer por lo que somos: hijos de Dios. Hay que vivir con sencillez, humildad y siendo fieles a lo que es ordinario, lo que a los ojos del mundo no tiene trascendencia alguna.
El Evangelio también nos recuerda que aquello que cosecharemos será lo que hayamos sembrado en esta vida, en el huerto que hoy nos toca cuidar, y que idealmente debería dar un fruto al ciento por ciento, para que cuando Dios nos llame a su presencia, le podamos presentar algo: actos de fe, de esperanza y de amor.
“Amado Jesús, gracias por explicarnos la verdad.Abre mi entendimiento y mi corazón, Señor,para que yo logre captar el sentido verdadero de tus enseñanzas.”
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