Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo".
RESONAR
Queridos amigos:
La Iglesia recuerda hoy a una mujer a la que tengo especial cariño: Santa Marta. Podríamos decir que es una de esas mujeres, que como cuenta hoy la primera lectura hablando de Moisés, “no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor”. Sí, hablo de la misma Marta que en el evangelio andaba ofuscada y perdida en mil tareas, comparándose con su hermana María (que había elegido la mejor parte), comida por la envidia y los celos y el juicio… De esa Marta hablo.
No es que no me conmueva María, la que había encontrado el tesoro de su vida y había sido capaz de elegir lo que más feliz la haría, relativizando el resto. Pero me ayuda saber que también Marta es “Santa Marta”: que se puede vivir disperso, enfangado en mil historias, cubierta de juicios y prejuicios… y terminar rindiéndote, parando, quedándote donde realmente el corazón puede vivir, acogiendo en tu casa (en tu interior) a quien lo merece.
Dice Agustín: “Marta hospedó (a Jesús), como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una criatura al Creador. No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Desde aquí podemos contemplar hoy el evangelio: cada momento es una oportunidad para movernos por el campo de la vida sabiendo que hay un tesoro escondido que nos espera, que quiere ser descubierto. Y entonces, merecerá la pena vender todo lo demás, dejar otras tareas y ocupaciones internas y “comprar” el campo entero, abrir la propia casa y la vida a cada “huésped” como si de una perla fina se tratara.
Igual la vida sería distinta y los trabajos y servicios que hacemos a otros, tendrían otro sabor. No te parece?
Tu hermana en la fe,
Rosa Ruiz, misionera claretiana
publicado por Ciudad Redonda
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