San Mateo sitúa este pasaje inmediatamente después de la serie de parábolas que contó Jesús tratando de hacer un contraste entre la gente que “se quedaba en la playa” del lago para escucharle y los que oyeron sus palabras en la sinagoga de su pueblo, es decir, los que no se molestaron en ir a buscarlo.
La diferencia es la siguiente: Los que se reunieron a orillas del lago querían conocer a Jesús, escuchar sus enseñanzas y tener una relación más profunda con él. Los de la sinagoga escuchaban con curiosidad, pero con cierta desconfianza. Finalmente, los tibios de su pueblo lo rechazaron. En cambio, los discípulos, “gente humilde, pecadora, temerosa”, lo escucharon, creyeron en él y se transformaron en poderosos instrumentos de la gracia.
¿Por qué el conocer a Jesús a la distancia puede obstaculizar nuestra fe e incluso llevarnos a la incredulidad? Porque fácilmente podemos pensar que: “Dios es demasiado grande, o está demasiado ocupado para atender a mis pequeños problemas”, o bien, “es imposible que el Señor quiera hacer algo en mi vida hoy porque soy muy pecador.” Posiblemente el interés que una vez tuvimos por conocerlo haya desaparecido o se haya convertido en apatía.
¿De qué manera quiere reanimarnos el Espíritu Santo hoy día? Cualquiera sea la condición en la que nos encontremos, debemos acercarnos más a Cristo y aferrarnos a él con todas nuestras fuerzas.
En efecto, querido lector, no te limites a admirarlo desde lejos; acércate a su lado y pídele, búscalo, toca a su puerta, para que él se te revele cada día más. Ve a caminar con él y deja que te hable al corazón. ¡Qué sorpresa te vas a llevar!
“Jesucristo, Salvador mío, creo firmemente que todos cuantos te buscan te encuentran. Señor, haz un milagro en mi corazón, para que yo vea claramente que me amas. Escucha mis súplicas, Señor, porque te amo con toda mi alma.”
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