Parte VIII
La fe es el medio que el Espíritu Santo inventó y colocó a nuestra disposición para que podamos usufructuar de la propia omnipotencia de Dios. Ella es la fuerza más potente del universo, capaz de desenraizar y destruir todas las fuerzas infernales. Infelizmente muchos murieron sin saber de eso. Y aquellos que saben, algunas veces, parecen no creer y no hacen casi nada para acceder a ese infalible recurso. Pues, ese amparo maravilloso, esa fuerza inagotable, Dios solo concede a quien el quiere y a quien le pide. El ser humano no puede, por sí mismo, abastecerse de fe. El no llega a creer sin que Dios lo ayude. Solo quien recurre al Señor obtendrá esa gracia. Este don inestimable que el Padre Misericordioso concede a los hombres, podemos perderlo. Conforme alerta San Pablo, “por haber repudiado la buena consciencia, algunos naufragaron en la fe” (cfr. 1Tim 1,19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe, debemos implorar al Señor que la aumente, debemos alimentarla con Palabra de Dios, ejercitarla por el amor, apoyarla con esperanza y afirmarla en la fe de aquellos que convivieron con Jesús y nos precedieron en el caminar. Creer es caminar con Dios. Dice la Escritura que “el justo vivirá por la fe” (Rom 1,17) En otras palabras, “vivirá por su fidelidad” (Hb 2,4)
Todos los días la Divina Providencia nos concede oportunidades de vivir nuestra fe y experimentar concretamente la salvación de Jesús. Se trata de una fe constituida de pequeñas fidelidades, día tras día, una superación después de otra, una continua construcción, un ladrillo cada vez. Un ladrillo solo no es una casa terminada, pero ayuda a construirla. Por lo tanto, es necesario hoy una primera iniciativa; colocar el primer ladrillo, comenzar, manifestando que creemos en el amor de Dios y aceptamos su plan de salvación para nosotros. Por lo tanto, sin ayuda de Dios no podemos tener fe. Pero esta ayuda es concedida por Dios únicamente a los que rezan. Siendo así, la oración es indispensable para obtener, mantener y crecer en fe: “Yo creo, pero ayúdame en mi falta de fe” (cfr. Mc 9,24) ¡Es claro! Existen ciertas gracias que son la base y el comienzo de todas las otras, por ejemplo, el impulso para creer el llamado a la conversión, que Dios nos da aún sin pedirlo. San Agustín hace esta distinción: “Dios concede algunas gracias, como el comienzo de la fe, aún a los que no la piden; otras, como la perseverancia, reservó para los que la piden” Por eso confesemos y recemos:
ORACIÓN PARA PEDIR LA FE
Señor, yo creo; quiero creer en ti. Señor, haz que mi fe sea total, sin reserva; que ella penetre en mi pensamiento y en mi manera de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, esto es, tenga el concurso personal de mi adhesión, acepte las renuncias y los deberes que ella comporta, sea expresión de lo que hay de mas decisivo en mi personalidad. Yo creo en ti, Señor!
Señor, haz que mi fe sea cierta, gracias a una convergencia exterior de pruebas y al testimonio interior del Espíritu Santo; que ella sea verdadera por tu luz que asegura, por tus conclusiones que pacifican, por tu asimilación que reposa.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que ella no tema la contradicción de los problemas de que está repleta la experiencia de nuestra vida ávida de luz; que ella no tema la oposición de aquellos que la contestan, atacan, rechazan y niegan; pero que ella se fortifique en experiencia íntima de verdad, que ella resista el desgaste de la crítica, que ella se afirme en la afirmación continua, que ella traspase las dificultades dialécticas y espirituales en medio de las cuales transcurre nuestra experiencia temporal.
Señor haz que mi fe sea alegre, que ella de paz y alegría a mi alma, que ella se disponga a rezar a Dios y a conversar con los hombres de tal manera que irradie en esos encuentros sagrados y profanos la felicidad interior de tu posesión feliz.
Señor, haz que mi fe sea actuante y que ella de a la caridad la razón de su expansión moral, de manera que ella sea verdadera amistad contigo y que en la acción, en el sufrimiento, en la espera de la revelación final, ella sea una continua búsqueda de ti, un continuo testimonio, un continuo alimento de esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde, y que no tenga la presunción de fundarse en la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento; sino que se someta al testimonio del Espíritu Santo, y que no tenga otra ni mejor garantía que la docilidad a la tradición y a la autoridad del magisterio de la Santa Iglesia. Amén. (Papa Pablo VI)
Del libro: “Dons de Fé e Milagres”
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova
Adaptación Del original em português.
Todos los días la Divina Providencia nos concede oportunidades de vivir nuestra fe y experimentar concretamente la salvación de Jesús. Se trata de una fe constituida de pequeñas fidelidades, día tras día, una superación después de otra, una continua construcción, un ladrillo cada vez. Un ladrillo solo no es una casa terminada, pero ayuda a construirla. Por lo tanto, es necesario hoy una primera iniciativa; colocar el primer ladrillo, comenzar, manifestando que creemos en el amor de Dios y aceptamos su plan de salvación para nosotros. Por lo tanto, sin ayuda de Dios no podemos tener fe. Pero esta ayuda es concedida por Dios únicamente a los que rezan. Siendo así, la oración es indispensable para obtener, mantener y crecer en fe: “Yo creo, pero ayúdame en mi falta de fe” (cfr. Mc 9,24) ¡Es claro! Existen ciertas gracias que son la base y el comienzo de todas las otras, por ejemplo, el impulso para creer el llamado a la conversión, que Dios nos da aún sin pedirlo. San Agustín hace esta distinción: “Dios concede algunas gracias, como el comienzo de la fe, aún a los que no la piden; otras, como la perseverancia, reservó para los que la piden” Por eso confesemos y recemos:
ORACIÓN PARA PEDIR LA FE
Señor, yo creo; quiero creer en ti. Señor, haz que mi fe sea total, sin reserva; que ella penetre en mi pensamiento y en mi manera de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, esto es, tenga el concurso personal de mi adhesión, acepte las renuncias y los deberes que ella comporta, sea expresión de lo que hay de mas decisivo en mi personalidad. Yo creo en ti, Señor!
Señor, haz que mi fe sea cierta, gracias a una convergencia exterior de pruebas y al testimonio interior del Espíritu Santo; que ella sea verdadera por tu luz que asegura, por tus conclusiones que pacifican, por tu asimilación que reposa.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que ella no tema la contradicción de los problemas de que está repleta la experiencia de nuestra vida ávida de luz; que ella no tema la oposición de aquellos que la contestan, atacan, rechazan y niegan; pero que ella se fortifique en experiencia íntima de verdad, que ella resista el desgaste de la crítica, que ella se afirme en la afirmación continua, que ella traspase las dificultades dialécticas y espirituales en medio de las cuales transcurre nuestra experiencia temporal.
Señor haz que mi fe sea alegre, que ella de paz y alegría a mi alma, que ella se disponga a rezar a Dios y a conversar con los hombres de tal manera que irradie en esos encuentros sagrados y profanos la felicidad interior de tu posesión feliz.
Señor, haz que mi fe sea actuante y que ella de a la caridad la razón de su expansión moral, de manera que ella sea verdadera amistad contigo y que en la acción, en el sufrimiento, en la espera de la revelación final, ella sea una continua búsqueda de ti, un continuo testimonio, un continuo alimento de esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde, y que no tenga la presunción de fundarse en la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento; sino que se someta al testimonio del Espíritu Santo, y que no tenga otra ni mejor garantía que la docilidad a la tradición y a la autoridad del magisterio de la Santa Iglesia. Amén. (Papa Pablo VI)
Del libro: “Dons de Fé e Milagres”
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova
Adaptación Del original em português.
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