Padre del Cielo,
¡gracias por la mañana que me recibe y me abraza!
¡por la luz que débilmente habla de Tu Luz!
Gracias por levantarme con Tu Gracia y llenar mis vacíos de esperanza!
Abro mis labios para enaltecer Tu Grandeza,
porque Tú eres Santo entre los santos!
Tú eres Padre Amoroso, Padre de Misericordia.
Tú eres el que me sostiene y me levanta;
Tú eres el que cura mis heridas, sanas mis dolencias,
acaricias mis llagas.
Tu generosidad no tiene medidas,
no repara en medidas, no hace cálculos,
por eso: ¡Derrama Espíritu Santo sobre mi, sobre Tu pueblo!
Derrama esa lluvia de gracias que todo lo transforma,
que todo lo cambia,
que mueve lo inmóvil,
que arranca lo corroído,
que despierta lo anestesiado,
que anima lo desanimado
y resucita lo que ya estaba muerto...
y al llegar el fin del día,
si tu Voluntad así lo quiere,
que puedas alegrarte porque el Nombre de Tu Hijo
fue santificado en mi corazón y en mi mente,
en mis labios y en mi obrar.
¡Amén!
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