El que algo sea políticamente correcto no significa que no sea acertado. En ocasiones tenemos que tragar saliva para aceptar la verdad.
Hace algunos años, fui miembro de un Consejo Presbiteral, que es un consejo asesor para el obispo en la Diócesis. El obispo, a pesar de tener un temperamento fuertemente conservador, era un hombre de principios y no permitía que su temperamento natural o que sus sentimientos espontáneos dictaran sus decisiones. Sus decisiones eran tomadas por principios, lo cual, algunas veces significaba para él un duro trago.
En una ocasión, por ejemplo, estuvo sometido a una fuerte presión para elevar los salarios de los empleados laicos de la Diócesis. La presión provenía de un grupo local de defensores de la justicia social quienes citando la Doctrina Social de la Iglesia a la cabeza de las protestas, pero el punto estaba en que la Diócesis no podía hacer frente al pago del tipo de salarios que ellos demandaban. Su causa se apoyaba en lo políticamente correcto. Esto no ponía las cosas fáciles al obispo, dado su temperamento conservador y sus amigos conservadores.
Pero como dije, era un hombre de principios. Vino una mañana a la reunión del Consejo Presbiteral y pidió a los sacerdotes que aprobaran el dar a los empleados de la diócesis el incremento salarial que estaban demandando. El Consejo Presbiteral le dijo que ellos no podían someterse a lo políticamente correcto y votaron en contra. Un mes más tarde el Obispo regreso al Consejo Presbiteral y pidió a los sacerdotes de nuevo su apoyo, y antes de la discusión dijo a los sacerdotes que si de nuevo votaban en contra, él invocaría su privilegio para tomar otra decisión. Uno de los sacerdotes, un amigo personal del obispo, le preguntó: “¿Nos pides esto porque es lo políticamente correcto? El obispo respondió: “No, no hacemos esto porque sea políticamente correcto. ¡Hacemos esto porque es lo correcto! No podemos predicar el Evangelio con integridad si no lo vivimos en nuestras vidas. Debemos pagar un salario digno porque esto es lo que demanda el Evangelio y la Doctrina Social Cristiana –no porque sea lo políticamente correcto”. Decir esto para el obispo supuso tragar saliva, tragarse su propio temperamento, tragarse el enfado de sus amigos, y tragarse su propia irritación arrodillándose ante algo presentado como políticamente correcto. Pero los principios triunfaron sobre los sentimientos.
Y los principios necesitan triunfar sobre los sentimientos porque, a menudo, cuando algo nos llega con la etiqueta que esto debe ser aceptado porque es lo políticamente correcto, nuestra reacción espontánea es negativa y estamos tentados, por despecho, a rechazarlo, simplemente por las voces que lo están defendiendo. Tengo mis propias experiencias de esto, lidiando con sentimientos al enfrentarse a lo políticamente correcto. Enseñando a través de los años, donde algunas veces cada palabra es potencialmente un bomba que podría explotarte en la cara, es fácil caer en un insano cansancio de la sensibilidad. Recuerdo una vez en que frustrado por la hipersensibilidad de algunos estudiantes (y la pomposa evidencia dentro de esa susceptibilidad), le dije a un estudiante “tomatelo con calma”. Inmediatamente me acusó de ser racista en base a dicha corrección.
Es fácil entonces reaccionar con despecho más que con empatia. Pero. como el obispo, que cité anteriormente, necesitamos ser personas de principios y suficientemente maduras para no dejar que las emociones y el temperamento determinen nuestras perspectiva y nuestras decisiones. Justo porque la verdad viene disfrazada de lo políticamente correcto y como nos dicta la voz de la conciencia, no siempre significa necesariamente que no sea verdadero. Algunas veces solo podemos tragar saliva, comernos nuestro orgullo y enfado, y aceptar la verdad que se nos está presentando. Lo políticamente correcto es normalmente irritante, exagerado, desbalanceado, pomposo y falto de matiz, pero sirve a un importante propósito. Necesitamos este espejo: si vemos cómo hablamos espontaneamente sobre otros elimina una gran cantidad de nuestros puntos ciegos.
Entre otras cosas, lo políticamente correcto, como demuestra nuestro lenguaje, ayuda a mantener el discurso cívico, algo que se da escasamente en estos días. Radio, televisión por cable, blogs, tweets, y editoriales hoy están cada vez más caracterizados por un lenguaje rudo, insensible, y falto de respeto y su marcada distancia de lo políticamente correcto, es , irónicamente, el argumento más fuerte por lo políticamente correcto. Hoy, políticos, iglesias y comunidades de cualquier nivel deber ser mucho más cuidadosos en el uso del lenguaje, cuidadosos por ser políticamente correctos, porque la violencia en nuestra cultura se refleja en la violencia de nuestro lenguaje.
Por otra parte, la atención al lenguaje ayuda, a largo plazo, a dar forma a nuestras actitudes interiores y ampliar nuestra empatía. Las palabras trabajan con fuerza para dar forma a actitudes y si permitimos que nuestras palabras socaven la más elemental cortesía y respeto y permitimos que ofendan a los otros permitimos que crezcan las semillas de la falta de respeto.
Lo políticamente correcto viene de ambos lados, la izquierda y la derecha. Ambos, liberales y conservadores ayudan a disponerlo y ambos pueden ser igualmente farisaico e intimidatorio. Debemos ser conscientes de que solo porque algo sea políticamente correcto no significa que no sea correcto. Algunas veces no tenemos otro remedio que tragar saliva y aceptar la verdad.
Hace algunos años, fui miembro de un Consejo Presbiteral, que es un consejo asesor para el obispo en la Diócesis. El obispo, a pesar de tener un temperamento fuertemente conservador, era un hombre de principios y no permitía que su temperamento natural o que sus sentimientos espontáneos dictaran sus decisiones. Sus decisiones eran tomadas por principios, lo cual, algunas veces significaba para él un duro trago.
En una ocasión, por ejemplo, estuvo sometido a una fuerte presión para elevar los salarios de los empleados laicos de la Diócesis. La presión provenía de un grupo local de defensores de la justicia social quienes citando la Doctrina Social de la Iglesia a la cabeza de las protestas, pero el punto estaba en que la Diócesis no podía hacer frente al pago del tipo de salarios que ellos demandaban. Su causa se apoyaba en lo políticamente correcto. Esto no ponía las cosas fáciles al obispo, dado su temperamento conservador y sus amigos conservadores.
Pero como dije, era un hombre de principios. Vino una mañana a la reunión del Consejo Presbiteral y pidió a los sacerdotes que aprobaran el dar a los empleados de la diócesis el incremento salarial que estaban demandando. El Consejo Presbiteral le dijo que ellos no podían someterse a lo políticamente correcto y votaron en contra. Un mes más tarde el Obispo regreso al Consejo Presbiteral y pidió a los sacerdotes de nuevo su apoyo, y antes de la discusión dijo a los sacerdotes que si de nuevo votaban en contra, él invocaría su privilegio para tomar otra decisión. Uno de los sacerdotes, un amigo personal del obispo, le preguntó: “¿Nos pides esto porque es lo políticamente correcto? El obispo respondió: “No, no hacemos esto porque sea políticamente correcto. ¡Hacemos esto porque es lo correcto! No podemos predicar el Evangelio con integridad si no lo vivimos en nuestras vidas. Debemos pagar un salario digno porque esto es lo que demanda el Evangelio y la Doctrina Social Cristiana –no porque sea lo políticamente correcto”. Decir esto para el obispo supuso tragar saliva, tragarse su propio temperamento, tragarse el enfado de sus amigos, y tragarse su propia irritación arrodillándose ante algo presentado como políticamente correcto. Pero los principios triunfaron sobre los sentimientos.
Y los principios necesitan triunfar sobre los sentimientos porque, a menudo, cuando algo nos llega con la etiqueta que esto debe ser aceptado porque es lo políticamente correcto, nuestra reacción espontánea es negativa y estamos tentados, por despecho, a rechazarlo, simplemente por las voces que lo están defendiendo. Tengo mis propias experiencias de esto, lidiando con sentimientos al enfrentarse a lo políticamente correcto. Enseñando a través de los años, donde algunas veces cada palabra es potencialmente un bomba que podría explotarte en la cara, es fácil caer en un insano cansancio de la sensibilidad. Recuerdo una vez en que frustrado por la hipersensibilidad de algunos estudiantes (y la pomposa evidencia dentro de esa susceptibilidad), le dije a un estudiante “tomatelo con calma”. Inmediatamente me acusó de ser racista en base a dicha corrección.
Es fácil entonces reaccionar con despecho más que con empatia. Pero. como el obispo, que cité anteriormente, necesitamos ser personas de principios y suficientemente maduras para no dejar que las emociones y el temperamento determinen nuestras perspectiva y nuestras decisiones. Justo porque la verdad viene disfrazada de lo políticamente correcto y como nos dicta la voz de la conciencia, no siempre significa necesariamente que no sea verdadero. Algunas veces solo podemos tragar saliva, comernos nuestro orgullo y enfado, y aceptar la verdad que se nos está presentando. Lo políticamente correcto es normalmente irritante, exagerado, desbalanceado, pomposo y falto de matiz, pero sirve a un importante propósito. Necesitamos este espejo: si vemos cómo hablamos espontaneamente sobre otros elimina una gran cantidad de nuestros puntos ciegos.
Entre otras cosas, lo políticamente correcto, como demuestra nuestro lenguaje, ayuda a mantener el discurso cívico, algo que se da escasamente en estos días. Radio, televisión por cable, blogs, tweets, y editoriales hoy están cada vez más caracterizados por un lenguaje rudo, insensible, y falto de respeto y su marcada distancia de lo políticamente correcto, es , irónicamente, el argumento más fuerte por lo políticamente correcto. Hoy, políticos, iglesias y comunidades de cualquier nivel deber ser mucho más cuidadosos en el uso del lenguaje, cuidadosos por ser políticamente correctos, porque la violencia en nuestra cultura se refleja en la violencia de nuestro lenguaje.
Por otra parte, la atención al lenguaje ayuda, a largo plazo, a dar forma a nuestras actitudes interiores y ampliar nuestra empatía. Las palabras trabajan con fuerza para dar forma a actitudes y si permitimos que nuestras palabras socaven la más elemental cortesía y respeto y permitimos que ofendan a los otros permitimos que crezcan las semillas de la falta de respeto.
Lo políticamente correcto viene de ambos lados, la izquierda y la derecha. Ambos, liberales y conservadores ayudan a disponerlo y ambos pueden ser igualmente farisaico e intimidatorio. Debemos ser conscientes de que solo porque algo sea políticamente correcto no significa que no sea correcto. Algunas veces no tenemos otro remedio que tragar saliva y aceptar la verdad.
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