Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: 'Ya viene el esposo, salgan a su encuentro'. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: '¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?'. Pero estas les respondieron: 'No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado'. Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos', pero él respondió: 'Les aseguro que no las conozco'. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.
Queridos amigos:
La novia desea que el futuro esposo llegue. El amor le lleva a tenerlo todo a punto, dispuesto y preparado, porque desea con todo el corazón su venida. Por eso vela, día y noche, esperando que al fin llegue el amado…
El problema de las doncellas necias es que no había en ellas suficiente amor. No deseaban con todo el corazón la llegada del esposo. Por eso pudieron despistarse y no tener todo listo para su llegada.
Cuando Jesús nos invita a ser como las doncellas sensatas, está interpelando a nuestro corazón: ¿hay suficiente amor hacia mí en tu corazón? Si así es, el anhelo de encontrarle nos moverá a tener todo dispuesto, en todo momento.
Y entonces, sí, cuando menos lo esperes el Señor se hará presente en tu vida y te darás cuenta de que él está ya aquí. Y el viene, en muchas ocasiones, cuando menos lo esperamos, pero no nos damos cuenta porque todavía tenemos el corazón en otros amores…
Como todo en la vida de la fe, la clave es el amor. Alimentar ese amor, en la relación con él, prepara el corazón para el encuentro: en la Eucaristía y los sacramentos, en los pobres y sufrientes, en la comunidad. El Señor viene y vendrá, pero no podremos darnos cuenta de su presencia si no hemos crecido en amor, a él, a los hermanos y a quienes nos rodean.
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