Mateo 19, 17
A veces nos parecemos al joven rico del Evangelio de hoy, porque pensamos que Dios es un juez severo que se muestra bondadoso solamente cuando nos portamos bien. No obstante, en la respuesta de Jesús al joven rico vemos que Dios realmente busca personas que le amen de todo corazón.
Sin duda, Dios quiere que hagamos buenas obras en su nombre; pero la obediencia que de veras le agrada es la que proviene de un corazón que lo ame por encima de todo. Ciertamente, aunque tratáramos de ganarnos la entrada al cielo, no podríamos conseguirla; como tampoco pudo el joven rico, que pensaba que podía ganar la vida eterna cumpliendo las exigencias de la ley. Lo que no veía era lo que principalmente le interesa a Dios: la actitud interna del corazón.
Los cristianos de hoy también tropezamos con el mismo obstáculo cuando nos empeñamos por cumplir externamente hasta los detalles más mínimos de la religión, en lugar de amar a Dios más que a nosotros mismos. Cuando amamos a Jesús de todo corazón llegamos a comprender que hemos sido salvados por pura gracia de Dios (Efesios 2, 8). La revelación de su amor, y el amor que esta revelación suscita en nuestro corazón, nos impulsan a abandonar todo aquello que le repugna al Señor y nos mueve a imitarlo en su generosidad y su compasión. Tal vez no se nos pida vender todos los bienes que poseemos, pero sí presentar ante Dios un corazón más humilde cada día. Si lo hacemos, el Señor nos dará la gracia necesaria para obedecer sus mandamientos.
Hazte, hermano, las siguientes preguntas: “¿Creo que podré entrar al cielo por mis propios méritos, o confío más en la cruz de Cristo para salvarme? ¿Me preocupo de cumplir estrictamente las leyes de Dios o deseo que su amor divino cambie mi corazón?” Si las respuestas a estas preguntas no son las que preferirías dar, no te desanimes: A todos nos falta amar a Dios como es debido. Lo bueno es que el Señor nos ayuda pacientemente cuando tratamos de amarlo de verdad.
“Padre eterno, enséñame a rendir mi corazón a los pies de Jesús. Creo que su muerte y su resurrección son el camino hacia la vida eterna; por eso deseo que tú, Señor, seas el amor y el tesoro de mi corazón.”
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