despertamos el poder de Dios
Para entender mejor la guerra, la batalla de fe que estamos trabando, es necesario leer atentamente el capitulo 14 del libro del Éxodo, porque él se refiere a la Pascua.
Pascua es pasaje, y en libro del Éxodo esta narrada el gran pasaje que el pueblo de Dios hizo. Por 400 años, este pueblo estuvo lejos de su tierra, en Egipto, esclavizados. Fueron cuatro siglos de esclavitud, y el Señor, maravillosamente, realizo un prodigio incalculable para sacarlos de la situación en que se encontraban.
Tu, probablemente, conoces lo que se llaman las diez plagas del Egipto. De acuerdo con las tradiciones judaico cristiana, Dios las envío por las manos de Moisés sobre el faraón de Egipto y su pueblo, como lo narra el libro del Éxodo (Ex 7,12), para que Israel fuera liberado y para que la unidad de Dios fuera reconocido. El Señor fue obligado a hacer eso por causa del corazón duro del Faraón. Por supuesto que el Faraón y sus consejeros no querían perder aquella cantidad inmensa de mano de obra esclava. Porque, aún sufriendo tanto, los judíos tenían muchos hijos, por lo tanto, la mano de obra esclava se multiplicaba continuamente, y el Faraón no los quería perder. Los judíos construyeron obras y más obras en Egipto para gloria del faraón, pero la verdad es que estas obras estaban siendo construidas por el pueblo de Dios.
El Señor realizo prodigios y más y más prodigios sobre Egipto, pero el corazón del Faraón era demasiado duro. Por eso, el Señor resolvió quitar a Su pueblo de la esclavitud con Su propia mano, haciéndolos cruzar el Mar Rojo. Esta fue el gran pasaje que quito el pueblo de la Esclavitud para la vida nueva.
El Señor dijo a Moises: “El Señor habló a Moisés en estos términos: Ordena a los israelitas que vuelvan atrás y acampen delante de Pihajirot, entre Migdol y el mar, frente a Baal Sefón. Acampen a orillas del mar, frente al lugar indicado. Así el Faraón creerá que ustedes vagan sin rumbo por el país y que el desierto les cierra el paso” (Ex 14, 1-3).
Humanamente, hacer eso era un error táctico colosal, pero el Señor lo hizo así para mostrar Su poder y Su amor para con Su pueblo y para mostrar que era Él quien estaba liberando, salvando, arrancando de Egipto. No era Moisés o el pueblo solo quien conquistaba la libertad, tampoco era el faraón que conmovía. Era el Señor, y solo el Señor, quien estaba liberando a Su pueblo, y, para que eso quede bien claro, Él los llevó hasta este lugar descrito en el libro del Éxodo, donde quedaron atrapados.
Adelante estaba, el mar; atrás, el desierto; al lado, una cadena de montañas. Para aquel pueblo inmenso –con niños, con sus viejos, sus enfermos, con las pertenencias que estaban cargando– era imposible huir. Fue entonces que, de repente, el ejército del Faraón comenzó a perseguirlos:
“Los egipcios los persiguieron con los caballos y carros de guerra del Faraón, los conductores de los carros y todo su ejército; y los alcanzaron cuando estaban acampados junto al mar, cerca de Pihajirot, frente a Baal Sefón”
Imagina el pueblo de Dios acorralados. Detrás de ellos, viniendo de Egipto, el ejercito del faraón, con sus carros tirados por caballos y sus guerreros armados, y el pueblo de Dios sin ningun arma, cargando, arrastrando, tirando sus cosas. Los israelitas estaban caminando, huyendo de Egipto, por eso llevaban sus animales, cargaban sus niños en el regazo y protegen sus ancianos y sus enfermos. Ellos seguían delante lentamente, arrastrando todo aquello, y, encorralados – con el mar hacia adelante, la cadena de montañas al lado y el ejército del faraón detrás -, por supuesto se aterrorizan.
Imagina el desespero de madres, padres, jóvenes, niños, ancianos y enfermos. Humanamente hablando, ellos no tenía escapatoria. “Moisés respondió al pueblo: ¡No teman! Manténganse firmes, porque hoy mismo ustedes van a ver lo que hará el Señor para salvarlos. A esos egipcios que están viendo hoy, nunca más los volverán a ver” (Ex 14, 13).
La primera cosa que él dijo es: ‘No temas’. ¿Mi Dios del Cielo, como no tener miedo en aquel momento? Pero era el Señor quien decía por intermedio de Moisés: “¡No temas”.
¡Es necesario fe! Y es eso que el Señor quiere de nosotros, porque fe no es actuar que es seguro. Fe es justamente actuar en aquello que es inseguro; es seguir adelante sin ver la solución; es caminar sin ver el camino. En el momento en que no ponemos en acción, en la hora que caminamos en la dirección correcta, el Señor también comienza actuar. Y porque el Señor comienza a actuar, las cosas comienzan a suceder. Mira como continua la historia del pueblo de Dios:
“Después el Señor dijo a Moisés: ¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie” (Ex 14, 15).
Moisés necesita levantar el bastón, aquel cayado de pastor hecho de madera que el Señor transformara en un bastón de poder. Los prodigios del Señor en Egipto, contra el faraón, fueron todos hechos por intermedio de aquel cayado, de aquel bastón de madera. En aquel momento, más una vez, el Señor quería mostrar Su poder, pero para eso Moisés necesitaba levantar su cayado.
Es por eso que nosotros tenemos que levantar nuestra fe.
Cuando levantamos nuestra fe, levantamos el poder de Dios.
Es eso que sucede cuando levantamos nuestra fe. Por lo tanto, no podemos tener miedo, necesitamos tener coraje delante de las situaciones de la vida, de los problemas que enfrentamos en el día a día. No estamos, aquí, hablando de cosas concretas; estamos hablando de problemas concretos de tu vida. En el Mar Rojo, el problema que puso delante de Dios era bien concreto. ¿Cuál es tu Mar Rojo? ¿Cuál es la cadena de montañas que te hace parecer humanamente imposible seguir delante? Tú sabes quien es el faraón y cuales son los ejércitos que te persiguen para acabar contigo. Pero, ¿cuáles son las montañas? ¿Cuál es el mar? ¿Cuál es tu imposible? ¿Cuál los problemas que tu estas enfrentando?
Cuando levantamos nuestra fe, levantamos el poder de Dios.
Es eso que sucede cuando levantamos nuestra fe. Por lo tanto, no podemos tener miedo, necesitamos tener coraje delante de las situaciones de la vida, de los problemas que enfrentamos en el día a día. No estamos, aquí, hablando de cosas concretas; estamos hablando de problemas concretos de tu vida. En el Mar Rojo, el problema que puso delante de Dios era bien concreto. ¿Cuál es tu Mar Rojo? ¿Cuál es la cadena de montañas que te hace parecer humanamente imposible seguir delante? Tú sabes quien es el faraón y cuales son los ejércitos que te persiguen para acabar contigo. Pero, ¿cuáles son las montañas? ¿Cuál es el mar? ¿Cuál es tu imposible? ¿Cuál los problemas que tu estas enfrentando?
Toma aquello que el Señor dijo. Primero: ¡No temas! Segundo: ¡Manténte firme! Y tercero: Vas a ver la liberación que el Señor va operar hoy en nuestro favor. Es la liberación del Señor en cada situación que tu estas viviendo. Pero es necesario que no tengamos miedo y sí coraje. Y, como Moisés, es necesario tener fe. En el momento que así hacemos, el Señor entra en acción.
Recemos:
“Yo quiero, Señor, no temer. Quiero tener coraje y, principalmente, para que no tenga miedo, para que yo tenga coraje, quiero despertar mi fe. Delante del imposible, yo despierto mi fe. Amén”.
“Yo quiero, Señor, no temer. Quiero tener coraje y, principalmente, para que no tenga miedo, para que yo tenga coraje, quiero despertar mi fe. Delante del imposible, yo despierto mi fe. Amén”.
Fuente: Canção Nova
Artículo extraído del libro ‘Despierta, tú que duermes’, de monseñor Jonas Abib.
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