La semana se compone, evidentemente, de siete días: de ellos Dios nos ha dado seis para trabajar, uno para orar, descansar y liberarnos de nuestros pecados… Voy a exponerte las razones por las cuales se nos ha transmitido la tradición de guardar el domingo y de abstenernos de trabajar ese día. Cuando el Señor confió el sacramento a los discípulos, “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo rompió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomad, comed: esto es mi cuerpo roto por vosotros para remisión de los pecados’. De la misma manera les dio la copa diciendo: ‘Bebed todos de él: esto es mi sangre, la sangre de la Nueva Alianza, derramada por vosotros y por la multitud en remisión de los pecados. Haced esto en memoria mía`” (Mt 26,26s; 1C 11,24).
El día santo del domingo es, pues, aquel en el que se hace memoria del Señor. Por eso se le llama “el día del Señor”. Y es como el señor de los días. En efecto, antes de la Pasión del Señor no se le llamó “día del Señor” sino “primer día”. En este día, el Señor estableció el fundamento de la resurrección, es decir, que inició la creación; en este día dió al mundo las primicias de la resurrección; en este día, como lo hemos dicho, ordenó celebrar los santos misterios. Este día, pues, para nosotros ha sido el comienzo de toda gracia: comienzo de la creación del mundo, comienzo de la resurrección, comienzo de la semana. Este día, que en sí encierra tres comienzos, prefigura la primacía de la santa Trinidad.Homilía atribuida a Eusebio de Alejandría (finales del siglo V)
Sermón sobre el domingo, 16, 1-2; PG 86, 416-421
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