En ese momento se acercaron algunos fariseos que le dijeron: "Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte". El les respondió: "Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado. Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! Por eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!".
RESONAR DE LA PALABRA
Queridas amigas y amigos:
El evangelio de hoy ofrece una de las páginas tristes del evangelio. Jesús expresa un agudo dolor en forma de desahogo y de lamento. La escena se desencadena a raíz del aviso alarmante que un fariseo le transmite: Herodes quería matarle. ¿Tenía de veras Herodes esa intención? Nos queda la duda porque, en otro pasaje, el evangelista Lucas nos dice que Herodes buscaba encontrarse con Jesús para ver algún milagro suyo (Lc 23,8). ¿Habría sido divulgada la noticia desde círculos fariseos interesados en que Jesús no se acercara por Judea para predicar? Sea cierta o no, nos interesa detenernos en la reacción de Jesús al recibirla.
¿Un golpe de ira? Las palabras de Jesús llamando “zorro” a Herodes, se entiendan como se entiendan, nos desconciertan. Peor aún si intentamos mitigarlas o maquillarlas. Se trata un desahogo indignado, y no el único, que no nos han escondido los autores de los evangelios. Expresa el agudo dolor de Jesús ante la incomprensión y ante los obstáculos que impedían su ministerio. La reacción airada no siempre es mala. Santo Tomás de Aquino, junto a muchos pensadores antiguos, supo reconocer en la “irascibilidad” una noble capacidad de afrontar los obstáculos, una determinación cargada de energía y valor para no sucumbir antes las dificultades y llevar a buen fin la empresa iniciada. Este tipo de agresividad –y no otro– es fundamento de esperanza. Sin ella quedaríamos paralizados por entender que cualquier acción a emprender en tales circunstancias sería totalmente inútil. El binomio ira-esperanza es bueno con tal de que desactive el odio y promueva el coraje.
La adversidad no debilita la identidad profética de Jesús. Llama la atención su conciencia de responsabilidad (“tengo que caminar”) y su lucidez ante su oscuro futuro (“pasado mañana llego a mi término”). En sus palabras no hay ni un ápice de resignación ante el destino tan adverso que le sobreviene; tampoco frustración que le precipite en la depresión o en la acedia desganada. Nada le hará perder el valor del riesgo y la confianza en Dios. El camino del evangelio nunca puede reducirse a un vago estado de bienestar o de serenidad que impermeabilice ante todo sufrimiento. El ideal de la vida cristiana es el seguimiento de Jesús, no la búsqueda de una serenidad perfecta e imperturbable a cualquier precio. Santidad y gracia no se reducen vaporosamente a serenidad psíquica. Esta última, en tantas ocasiones, puede significar solo un chato motivo de repliegue autorreferencial. La indignación, en ocasiones como ésta, es expresión de coraje apostólico y palanca de fidelidad en las pruebas.
Juan Carlos Martos cmf
fuente: CIUDAD REDONDA
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