«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!". Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros». El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»
RESONAR DE LA PALABRA
Óscar Romano, cmf.
Más de lo mismo, como en la lectura de ayer. Jesús se pone serio, hay cosas por las que no pasa. No pasa que den, demos, más importancia a la ley que a la misericordia. Que se busquen los asientos de honor, que se carguen pesados fardos sin mover un dedo.
El ser humano tiene la capacidad de engrandecer las pequeñas cosas, pero también de trivializar las más sagradas. La ley que tenía como origen el acercamiento de los hombres a Dios y de las personas entre sí, puede convertirse, por el mal uso, en una barrera que separa, de Dios y de los hermanos. Y nadie estamos exentos de caer en esta tentación.
Jesús alerta para evitar tres grandes tentaciones, individuales y como Iglesia: olvidarnos de la misericordia en nuestra vida cotidiana, querer ser más que los demás y convertir la religión en una pesada carga.
Tu hermano y amigo
Óscar Romano, cmf.
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