Pero lo que sí es asombroso es la realidad central de nuestra fe: que Jesús, el Hijo eterno de Dios, salió de su gloria divina para venir a “servirnos” y salvarnos del pecado. Y lo más extraordinario es que esta acción divina es parte de lo que él es en sí mismo. En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que cuando vuelva, él servirá a quienes lo estén esperando.
Pero ¿de qué manera esta verdad sobre Dios influye hoy en nuestra vida? Seguramente, nos llena de admiración y gratitud. Pero, ¿influye también en nuestras relaciones con los demás? ¡Claro! Porque si Dios “nos sirve” a nosotros, que somos sus hijos, eso debe hacernos más humildes y movernos a imitarlo. Su amor de servicio debe inspirarnos a nosotros a servir también.
El Señor dice que el amor se expresa mejor cuando damos la vida por los demás, es decir, cuando dejamos que el espíritu de servicio sea el centro de nuestras relaciones con amigos y familiares, antes que los intereses egoístas. Así encontraremos que somos capaces de llegar a una unión más profunda con nuestro esposo o esposa y con nuestros hijos, con los amigos y compañeros de trabajo. Al mismo tiempo, veremos que las motivaciones egoístas comienzan a perder fuerza. En resumen, así permitimos que el amor de Dios empiece a tener parte en nuestra propia vida.
¿Cómo puedes tú dar la vida por los demás? Piensa en las situaciones que seguramente se presentarán de hoy a mañana y pídele al Señor que te confiera su corazón de servidor. Entonces, cuando surjan estas oportunidades, acéptalas de buena gana. Has de saber que cuando sales de tu zona de comodidad, algo santo sucede: Te haces Cristo para otra persona.
“Amado Señor Jesús, enséñame a servir con buena voluntad y con la misma generosidad, desinterés y humildad con que tú sirves.”
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