martes, 13 de octubre de 2015

Lucas 11, 37-41

Los fariseos se preocupaban mucho de expresar exteriormente su obediencia a la ley de Dios, especialmente para que los demás los vieran y les rindieran respeto y admiración.
Eran escrupulosos en sus ceremoniales, y se esforzaban por demostrar una perfecta obediencia y una conducta irreprochable ante el pueblo. Sin embargo, ese mismo proceder les impedía advertir que para Dios lo más importante es la transformación interior, el cambio de corazón.
Dios usa varios medios para producir un cambio en su pueblo, desde adentro hacia afuera. Esto es lo que Jesús decía a los fariseos y lo que San Pablo señalaba en su carta a los Romanos: “Dejen que Dios los vaya transformando mediante la renovación de su mentalidad” (Romanos 12, 2). Lo que más le interesa a Dios es corregir nuestra forma de pensar, porque sabe que nosotros podemos aparentar una vida ordenada, pero internamente seguir pensando con una mentalidad viciada. Si nuestro razonamiento empieza a reflejar cada vez más el razonamiento de Dios, nuestro proceder exterior pronto cambiará también.
A veces los cristianos llevamos una vida moralmente correcta y tratamos de parecer “buenos”, y nos preocupamos de ser agradables, serviciales y corteses. Pero, internamente, tal vez tenemos un corazón duro y una mentalidad testaruda. Cuando nos acosan las pruebas y las dificultades, es posible que quede en evidencia que el exterior sereno no es más que una débil fachada, porque internamente nos dejamos llevar por la ira, la envidia, la amargura, la crítica, los celos y cosas por el estilo. Cuando eso sucede llegamos incluso a dudar del poder de Dios en nuestra vida, en lugar de pensar que realmente necesitamos una renovación interna más profunda.
Lo que nos transforma es el poder del Evangelio. Si deseamos cambiar, Dios mismo nos enseñará y nos transformará. Jesús nos prometió: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho” (Juan 14, 26). El Espíritu nos habla al interior, para que exteriormente hagamos la voluntad de Dios.
“Señor, Espíritu Santo, enséñame a vivir como auténtico hijo de Dios. Haz que no me baste presentar un exterior respetable, si mi interior es pecaminoso y turbulento. Cámbiame el corazón y la mente para que yo viva según el Espíritu de Dios.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario