El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia.”
Creo en tu victoria, Señor, como si ya hubiera llegado, y lucho por ella en el campo de batalla como si aún hubiera que ganarla con tu poder y mi esfuerzo a tu lado. Esa es la paradoja de mi vida: tensión a veces, y certeza siempre. Tú has proclamado tu victoria ante el mundo entero, y yo creo en tu palabra con confianza absoluta, contra todo ataque y toda duda. Tú eres el Señor, y tuya es la victoria. Sin embargo, Señor, tu tan anunciada victoria no se deja ver todavía, y mi fe está a prueba. Ese es mi tormento.
Proclamo la victoria con los labios..., y lucho con las manos para que venga. Celebro el triunfo..., y me esfuerzo por conseguirlo. Creo en el futuro..., y sudo en el presente. Me regocijo cuando pienso en el último día..., y me echo a temblar cuando me enfrento a la tarea del día de hoy. Sé que pertenezco a un ejército victorioso, que al final acabará por derrotar a toda oposición y conquistar todo el mundo; pero caigo en el campo de batalla con sangre en el cuerpo y desencanto en el alma. Soy soldado herido en ejército triunfador. Mío es el triunfo y mías las heridas. Piensa en mí, Señor, cuando anuncies tus victorias.
Robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial mientras seguimos en la tierra. Tu victoria ha llegado porque tú has llegado; tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua; tú has gustado su miseria y has llevado a cabo su redención; tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Sé todo eso, y ahora quiero hacerlo realidad en mi vida para que yo mismo viva esa fe y todos sean testigos. Hazme gustar la victoria en el alma para que pueda proclamarla con los labios.
Entre tanto, gozo viendo en sueño y profecía la victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la creaste. Entonces todos lo verán y todos entenderán; la humanidad se unirá, y todos los hombres y mujeres reconocerán tu majestad y aceptarán tu amor. Ese día es ya mío, Señor, en fe y esperanza.
“Los confines de la tierra han contemplado
a victoria de nuestro Dios
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