Angel Moreno -
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, “B”
(Sab 7, 7-11; Sal 89; Hbr 4, 12-13; Mc 10, 17-30)
La verdadera sabiduría
¿Quién no desea acertar en la vida? Es una pregunta que se plantea no solo en el momento de escoger una carrera o elegir un trabajo; es, sobre todo, la cuestión esencial al optar por la forma de vida que identifique la propia historia, aunque, por distintos motivos, a lo largo de la existencia cabe replantearse la opción. A veces se hace por haber caminado de manera errada y en otros casos por tentación, cuando se pasa alguna dificultad o crisis.
Se acercó un joven al Señor: -«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 18) Es la pregunta existencial más importante Quizá no es la preocupación más habitual entre nosotros, por estar inmersos en los afanes de este mundo, pero en definitiva debería ser lo que más nos importara.
Suelo afirmar, cuando acompaño a alguien en algún discernimiento, que la opción de vida no es un proyecto, sino una obediencia. El camino que debemos recorrer no debería responder a nuestra imaginación o deseos, sino a la llamada recibida, a la voluntad de Dios. De aquí lo importante que es conocer la vocación personal contrastándola con la Palabra de Dios, los signos y acontecimientos, la mediación objetivadora, con la ayuda de la oración y la súplica al Espíritu Santo.
Para conocer el querer de Dios para cada uno, la lectura de hoy nos aconseja recurrir a la oración: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sb 7,7). El salmista incide en lo mismo, y en la misma clave pide el don de la sensatez: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89).
Suelo afirmar, cuando acompaño a alguien en algún discernimiento, que la opción de vida no es un proyecto, sino una obediencia. El camino que debemos recorrer no debería responder a nuestra imaginación o deseos, sino a la llamada recibida, a la voluntad de Dios. De aquí lo importante que es conocer la vocación personal contrastándola con la Palabra de Dios, los signos y acontecimientos, la mediación objetivadora, con la ayuda de la oración y la súplica al Espíritu Santo.
Para conocer el querer de Dios para cada uno, la lectura de hoy nos aconseja recurrir a la oración: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sb 7,7). El salmista incide en lo mismo, y en la misma clave pide el don de la sensatez: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89).
Tengo la seguridad de que Dios no oculta su voluntad al que quiere llamar para sí. “Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hbr 4, 13). Y no puede permitir que estemos vocacionados para algo que Él desee de nosotros, y no lo descubramos.
Puede suceder, que no obstante que seamos consciente de la llamada y nos dé pereza seguirla, o estemos afectados por otras realidades y tengamos miedo a la radicalidad. Jesús respondió a los discípulos: -«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más-casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.» (Mc 10, 18.29-30).
La razón de seguir la llamada no debiera ser la especulación del ciento por uno. Jesús, sin embargo, conoce nuestra naturaleza, y sabe lo que nos cuesta fiarnos de lo que no vemos. Pero es seguro que quien se fía de Él no quedará defraudado, no solo por heredar la vida eterna, sino en este mundo.
Atrévete a seguir a Jesús en aquello que creas es de su agrado, aunque te cueste.
fuente: Portal Ciudad Redonda - Octubre de 2015
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