En la lectura de hoy, Jesús reprende a los jefes religiosos por su falta de fidelidad a la ley y al pacto de Dios y les anuncia un juicio: “Por eso les digo que a ustedes se les quitará el Reino, y que se le dará a un pueblo que produzca la debida cosecha.”
La historia ha demostrado reiteradamente que cuando los jefes religiosos faltan a su sagrada vocación, todos sufren en la Iglesia. Sin embargo, tal vez haríamos bien en considerar las dificultades que constantemente enfrentan los padres que tienen la misión de dirigir, sostener y mantener unida la familia cristiana.
Muchas veces, agobiados por la cantidad de trabajo que han de realizar, seguramente sienten que llevan sobre sus hombros el peso de todo el mundo. Saben que han de escuchar la voz del Espíritu, pero las exigencias de tanta gente y de sus innumerables obligaciones terminan por ahogar la “voz tenue y susurrante” que les habla en la oración y en las palabras de la Escritura.
Si recordamos las presiones y exigencias de la misión de dirigir la Iglesia y enseñar al laicado, posiblemente seamos más dados a orar por ellos y menos proclives a criticar a los que Dios ha llamado a pastorear a su pueblo. Es cierto que algunos obispos y sacerdotes han cometido faltas graves, que no pueden pasarse por alto; pero esto nos debe llevar a orar por su arrepentimiento y su recuperación, y pedir por la fortaleza y la santidad de todos los ministros consagrados.
Tal vez lo mejor que podamos hacer los laicos para respaldar a los que dirigen al pueblo de Dios es vivir la vida cristiana lo más plenamente posible. ¡Qué gran bendición sería para los párrocos ver que sus fieles viven auténticamente el Evangelio de Cristo! Esto, más que cualquier otra cosa, les elevaría el espíritu y les daría la seguridad de que su trabajo es valioso y productivo. Así pues, busquemos todos, obispos, sacerdotes y fieles laicos, la santidad y la fidelidad a Cristo, para que la Iglesia sea una luz resplandeciente en el mundo que alumbre y atraiga a muchos otros a buscar el amor de Cristo. En realidad, si no fuera por nuestros obispos y sacerdotes no tendríamos ningún sacramento ni la presencia del Señor como la tenemos ahora, principalmente en la Santa Misa.
“Padre eterno, te pedimos que protejas a los pastores de tu Iglesia de las dificultades y tentaciones. Te rogamos que los fortalezcas, los reanimes y los renueves, para que conduzcan a tu pueblo por la senda de la santidad.”Génesis 37, 3-4. 12-13. 17-28
Salmo 105(104), 16-21
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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