domingo, 4 de febrero de 2018

Meditación: Marcos 1, 29-39

Tomándola de la mano, la levantó (Marcos 1, 31)


Jesús llegó a Cafarnaúm y proclamó la venida del Reino de Dios. La autoridad absoluta con la que enseñaba, curaba a los enfermos y expulsaba a los malos espíritus dejaba a la vista la inmensa misericordia de Dios, e inauguraba el amanecer de la nueva era de la salvación. Para los que respondían con fe, el Reino vino a ser una experiencia personal que les llevaba a vislumbrar la gloriosa transformación de toda la creación al final de los tiempos.

El entendimiento que tenían los discípulos de la verdadera Persona de Jesús era limitado; con todo, bastó decirle que la suegra de Simón se encontraba enferma con fiebre para que él respondiera sin demora; la fiebre cedió ante su toque sanador. El término griego usado para “la levantó”, también significa “la hizo revivir”. Jesús el Señor vino a traer la salvación y hacer revivir a todos los que estaban postrados bajo el cáncer del pecado. Así, habiendo recibido la vida nueva, todos estamos llamados a servir en la edificación del Reino de los cielos.

Al final del día de curaciones y exorcismos, Jesús hizo enmudecer a los demonios, que reconocían su verdadera identidad y se retiró de la multitud, pero los discípulos no lograban entender que él era en efecto el Mesías de Dios. Así comenzó el “secreto mesiánico”.

Muchos se sentían maravillados al ver los milagros del nuevo profeta, pero no lograban entender cuál era su misión. En su constante oración, Cristo recibía fuerzas para cumplir la voluntad de su Padre y no dejarse manipular por la multitud, que deseaba ver un Mesías político o militar, según su propio entendimiento. Pero los que sí aprendieron a reconocerlo como el Siervo sufriente, humillado en la cruz y resucitado victorioso sobre el pecado, pudieron proclamarlo Señor y Mesías. Lo que inicialmente estaba oculto, se reveló plenamente a la luz de la Resurrección (Lucas 24, 26).
“Padre eterno, queremos buscar tu presencia divina, para que tu Espíritu Santo nos revele la persona y la misión de Jesús. Señor mío Jesucristo, sana mi espíritu quebrantado, y ayúdame a aceptar dócilmente tu poder sanador.”
Job 7, 1-4. 6-7
Salmo 147(146), 1-6
1 Corintios 9, 16-19. 22-23

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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