domingo, 4 de febrero de 2018

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Marcos 1,29-39.

Evangelio según San Marcos 1,29-39. 
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él. Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando". El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido". Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. 

RESONAR DE LA PALABRA

Fernando Torres cmf
Mensajeros de vida y salvación
No es difícil poner en relación la primera lectura (Job) con el texto evangélico. Las frases de la primera lectura podrían haber sido dichas en un momento u otro de la vida por cualquiera de nosotros. Todos tenemos la experiencia de sentir que la vida no es más que lucha, esfuerzo, sufrimiento, angustia, cansancio. Y todo envuelto en la vorágine del tiempo que nos arrastra sin dejarnos apenas para pensar ni disfrutar. Basta que logremos superar un problema, una dificultad, para que otra aparezca en el horizonte. Echamos la mirada atrás y vemos el tiempo pasado. Siempre se ha ido demasiado rápidamente. Esperamos una dicha incierta que no sabemos si llegaremos a poseer.
Para una cierta parte de la humanidad, aquellos a los que les ha tocado la peor parte, ésta es su experiencia básica de la vida. Pero ni siquiera a los que les ha tocado la mejor parte están exentos de dolores y sufrimientos. Y al final la muerte iguala a todos. Sin piedad. Sin contemplaciones.
Desde esta experiencia, tan profundamente humana, el paso de Jesús es una especie de alivio infinito, de consolación, de gozo para el alma. No es de extrañar que los que tuvieron la oportunidad de encontrarse directamente con Jesús, o sencillamente de conocer su existencia, se acercasen a él con la esperanza de que les curase de sus dolencias. De todas sus dolencias. De las del cuerpo y de las del alma, que no se sabe cuáles duelen más.
Jesús cogió la mano de la suegra de Simón y la curó. Más tarde, quizá enterados de lo sucedido, fue una multitud de enfermos los que se agolparon a la puerta de la casa donde estaba hospedado Jesús. Todos esperaban ser curados. Todos vieron confirmadas sus esperanzas. Y el demonio del mal les abandonaba para siempre. La gente estaba desesperada pero por fin habían encontrado a alguien que los liberaba del mal. El mismo Jesús tiene conciencia de que esa liberación del mal es parte fundamental de su misión. Quiere llegar a todos. “Vámonos a otra parte, que para eso he venido”.
Hoy somos nosotros esa presencia salvadora de Dios en el mundo. Ha puesto en nuestras manos la misión de dar esperanza y vida a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que viven agobiados por el dolor, la pobreza o la injusticia. Hoy los cristianos tenemos que decir con Pablo (segunda lectura): “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”

Para la reflexión

¿Me siento enviado por Jesús a liberar a mis hermanos del dolor y el sufrimiento de todo tipo? ¿Soy capaz de acercarme a los que sufren sin miedo? ¿Qué hago para ayudarles a salir de esas situaciones de muerte?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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