«El Poderoso hizo en mí maravillas» (Lc 1,49)
Contemplad a María, amados míos, y ved cómo Gabriel entró donde estaba ella y la objeción que le puso: «¿Cómo será eso?». El servidor del Espíritu Santo le dio esta respuesta: «Eso es fácil para Dios; para él todo es sencillo.» Considerad como ella creyó en la palabra que había escuchado y dijo: «Aquí está la esclava del Señor.» En aquel momento el Señor descendió de una manera sólo conocida por él; se puso en movimiento y vino como le plugo; entró en ella sin que ella lo sintiera, y ella lo acogió sin experimentar ningún sufrimiento. Llevaba en ella, como niño, el que llena el mundo. Descendió para ser el modelo que renovaría la antigua imagen de Adán.
Por eso, cuando se te anuncia el nacimiento de Dios, guarda silencio. Que tengas presente en tu espíritu la palabra de Gabriel, porque no hay nada imposible a esta gloriosa Majestad que se abajó por nosotros y nació de nuestra humanidad.
Por eso cuando recibas el anuncio del nacimiento de Dios, guarda silencio. Que tengas la palabra de Gabriel presente en tu espíritu, puesto que no hay nada imposible a esta gloriosa Majestad que por nosotros se abajó y nació de nuestra humanidad. En este día María se convierte para nosotros en el cielo que lleva a Dios, porque la Divinidad sublime ha descendido y ha establecido en ella su morada. Dios se hace pequeño en ella –aunque conservando su naturaleza- para hacernos grandes a nosotros. En ella nos ha tejido un vestido con el cual nos salvaría. En ella se han dado cumplimiento todas las palabras de los profetas y de los justos. Desde ella se levantó la luz que ha disipado las tinieblas del paganismo.
Son numerosos los títulos de María...: es el palacio en el que habita el poderoso Rey de reyes, pero que no ha dejado igual que cuando vino a él, porque es de ella de quien ha tomado carne y ha nacido. Ella es el cielo nuevo en el que habita el Rey de reyes; de ella salió Cristo y de ella subió al cielo para iluminar la creación, formada y modelada a su imagen. Ella es la cepa de la vid que lleva el racimo; ella ha dado un fruto superior a la naturaleza; y él, aunque difiere de ella en naturaleza, se ha revestido de su color naciendo de ella. Ella es la fuente de la que han manado las aguas vivas para los sedientos, y para los que en ella apagan su sed dando frutos al cien por uno.
San Efrén (c. 306-373)
diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Homilía sobre la Madre de Dios, 2, 93-145
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