Los judíos de la época de Cristo pensaban que las catástrofes que ocurrían eran castigos de Dios; por eso le pidieron a Jesús que explicara dos desastres sucedidos en el país. Según se decía, los soldados romanos habían dado muerte a unos galileos que ofrecían sacrificios en el templo en Jerusalén y más tarde habían mezclado la sangre de estos hombres con la de los animales sacrificados. El segundo desastre fue un accidente de construcción ocurrido en Siloé. Jesús no rechazó la idea de que pudiese haber una relación entre el pecado y la calamidad, pero sí negó que la calamidad representara la gravedad de los pecados cometidos.
Una vida apacible y saludable o el desastre no son buenos indicadores de la condición espiritual de nadie (Mateo 5, 45); en realidad, quienes no se hayan arrepentido de sus pecados son los que serán juzgados con más severidad. Jesús siempre nos perdona, por muy graves que sean nuestras faltas, porque siempre nos da la posibilidad de acogernos a su divina misericordia con humildad y con un corazón contrito para recibir perdón y reconciliación.
El pecado tiene un efecto tan devastador que nos separa de Dios; por eso fue que Jesús vino a sufrir y morir, para librarnos de la condenación. San Pablo escribió a los romanos: “¿Por qué desprecias la bondad inagotable de Dios, su paciencia y su comprensión, y no te das cuenta de que esa misma bondad es la que te impulsa al arrepentimiento? Pues por la dureza de tu corazón empedernido, vas acumulando castigos para el día del castigo” (Romanos 2, 4-5).
La parábola de la higuera (Lucas 13, 6-9) representa la compasión de Dios y es una señal de que el Señor está retrasando su juicio, a fin de que nos arrepintamos y evitemos las consecuencias del pecado. Podemos, pues, regocijarnos a pesar de la gravedad de las faltas cometidas, pero no debemos jamás posponer la hora de la reconciliación con Dios.
“Dios mío, me arrepiento de todos mis pecados. Me propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, no volver a pecar y evitar aquello que me conduce al pecado.”
Éxodo 3, 1-8. 13-15
Salmo 103(102), 1-4. 6-8. 11
1 Corintios 10, 1-6. 10-12
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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