El fariseo de esta parábola que nos narra Jesús en el Evangelio de hoy albergaba dos falsas ilusiones en su corazón: una, que él no era pecador, y la otra, que sus actos religiosos eran suficientes para ganarse el favor de Dios. Este hombre depositaba toda su confianza en lo que él hacía y le reclamaba a Dios su bendición.
En el otro extremo tenemos al cobrador de impuestos. Él no tenía ilusiones sobre sí mismo, sabía que su conducta no era la ideal; y no se autoproclamaba santo. Más bien, sabía lo muy necesitado de Dios que estaba y por eso suplicaba: “Dios mío, apiádate de mí que soy un pecador.” Aquello que no había en la oración del fariseo (humildad, reconocimiento de su necesidad y arrepentimiento) era precisamente lo que componía la plegaria del cobrador de impuestos.
Desde sus inicios, la Iglesia adoptó la oración de este cobrador de impuestos. En el Acto Penitencial de la Misa, rezamos “Señor, ten piedad”. Incluso en el canto del Gloria decimos: “Ten piedad de nosotros.”
Es más, en todo el mundo, los cristianos de diferentes tradiciones invocan el nombre del Señor y suplican su misericordia en la “Oración a Jesús”. Esta oración, que generalmente dice así: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy pecador” es una perfecta profesión de fe, porque recoge lo esencial de lo que sabemos y creemos sobre el Señor. En estas pocas y simples palabras, confesamos nuestro pecado, suplicamos la misericordia de Dios y nos abrimos para recibir su perdón. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, esta oración es tan poderosa que, “el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador” (CIC, 2667).
Intenta rezar la Oración a Jesús frecuentemente mientras haces tus actividades cotidianas: mientras conduces, durante los quehaceres del hogar, cuando haces una pausa en el día o cuando haces ejercicio. Rézala cada vez que venga a tu mente. Permite que las palabras de esta oración entren profundamente en tu corazón y te recuerden que el Señor siempre está dispuesto a ofrecerte su misericordia y su perdón. Permítele que te enseñe la misma humildad, confianza y apertura que tuvo el cobrador de impuestos. Luego, al igual que él, tú también podrás irte a “casa” en el cielo “justificado” (Lucas 18, 14).
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros pecadores.”
Oseas 6, 1-6
Salmo 51(50), 3-4. 18-21
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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