Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12, 30-31)
Las enseñanzas de Jesús que leemos en el Evangelio son claras, sabias y no son complicadas; somos los humanos los que tendemos a complicarlo. Pensamos que si hacemos lo bueno y evitamos lo malo, ganaremos puntos para alcanzar el premio celestial. Sin embargo, por mucho que hagamos algo o no hagamos nada, probablemente estemos pasando por alto la esencia misma del Evangelio: Que Jesús simplemente nos llama a entregarnos de corazón a la gracia divina y al servicio de su pueblo. ¡Dos mandatos sencillos, pero eficaces!
Qué reconfortante es escuchar que, en lugar de tener que observar una larga lista de mandamientos y prohibiciones, lo que se nos pide es amar como Dios ama. Jesús simplificó la ley, pero sigue pidiéndonos una entrega total: “Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes” (Juan 15, 12). El mismo Jesús, llevando nuestros pecados en la cruz, demostró lo ilimitado que es su amor. Cuando esta revelación ilumina nuestro corazón, sentimos un deseo natural e irresistible de reciprocar el amor del Señor y reemplazar las actitudes de desconfianza y egocentrismo que siempre hemos tenido por una vida de entrega sincera y obediente fidelidad.
Milagrosamente, este “morir” con Cristo nos lleva a una vida totalmente nueva, en la que deseamos tratar al prójimo con el mismo amor que hemos recibido. Así, libres ya de la antigua vida de egoísmo, podemos amar a nuestros semejantes ayudándoles a llevar sus cargas (v. Gálatas 6, 2), orando por ellos y siendo instrumentos aptos para que ellos profundicen su relación con Cristo. Lo maravilloso es que cuando hacemos todo esto, escuchamos que Jesús nos dice a cada uno: “No estás lejos del reino de Dios” (Marcos 12, 34).
Si nos dedicamos a obedecer estos dos mandamientos, podemos tener la plena certeza de que Cristo nos llevará a una comunión más profunda consigo. No es necesario observar una lista de mandatos y prohibiciones, sólo tenemos que rendirnos de corazón al Señor y dejar que su amor nos llene por completo: “Él siempre procede con amor y verdad” (Salmo 25, 10).
“Jesús, Señor nuestro, ayúdame a amarte a ti y a tu pueblo con sencillez de corazón. Quiero complacerte y acercarme cada día más a tu Reino, siendo dócil a tu voluntad y procurando reflejar tu amor ante los demás.”
Oseas 14, 2-10
Salmo 81(80), 6-11. 14. 17
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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