Leyendo el Evangelio nos damos cuenta de que en realidad los discípulos de Jesús cometieron muchísimos errores, algunos grandes, otros no tanto. Pedro intentó impedirle ir a la cruz; Tomás dudó de que el Señor hubiera resucitado, y hoy vemos que Santiago y Juan le pidieron posiciones de privilegio en su Reino. Pero, ¿qué sucedió con ellos? La tradición nos dice que Juan fue desterrado a la isla de Patmos, donde llegó a una cercanía tan grande con el Señor que tuvo las visiones extraordinarias que leemos en el libro del Apocalipsis. Y su hermano Santiago llegó a ser un mártir heroico, el primero de los apóstoles en morir por su fe.
Tal vez nos resulte más fácil identificarnos con los discípulos “imperfectos” que con los apóstoles, que se convirtieron en grandes santos. Pero recordemos qué fue lo que provocó el cambio en estos hombres. Fue el compromiso de Jesús de seguir trabajando en ellos, enseñándoles y formándolos a lo largo del tiempo.
Así como cuando un jugador novato y desconocido se convierte en el más valioso de la liga, o cuando un pasante promovido resulta ser un líder inspirador, la mayor parte del mérito le corresponde al entrenador, ¡que para nosotros es Cristo Jesús! Como un buen entrenador, él ve lo que nadie más ve en nosotros y nos exhorta a ponerlo en acción. En el Evangelio de hoy, por ejemplo, Jesús vio que Santiago y Juan eran engreídos y mal orientados; pero también vio que mucho deseaban que llegara el Reino y querían ser parte de él. Por eso, les ayudó a dedicar esa energía, no a buscar beneficios políticos, sino la santidad en el amor y el servicio, y lo mismo puede hacerlo contigo.
Jesús nos acepta tal como somos porque sabe que somos vulnerables a las tentaciones y cómo fortalecernos; sabe dónde yacen nuestros temores y cómo infundirnos valor. El Señor tiene grandes planes para todos sus fieles, ya sea que eso signifique servir a nuestras familias o evangelizar en nuestro vecindario. Posiblemente el mundo no recuerde estas cosas de aquí a dos mil años, pero sabemos que los ángeles y los santos ven cada acto de fe que llevamos a cabo y se alegran por todos ellos. Pero más aún, el Señor ve cuando nos empeñamos por hacer nuestra voluntad y también cuando nos esforzamos por hacer la suya. ¡Él siempre nos ayuda!
“Señor, tú me conoces mejor que yo mismo. Ayúdame a confiar en tu plan para que yo crezca y madure en la fe para tu servicio.”
Jeremías 18, 18-20
Salmo 31(30), 5-6. 14-16
fuente Devocionario católico La Palabra con nosotros
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