La parábola que hoy leemos en el Evangelio es muy esclarecedora y digna de ser meditada. El rico lo tenía todo: ropa fina, los mejores manjares y sin duda sirvientes para atenderlo en todos sus deseos y necesidades. Al contar el caso, Jesús dijo que este hombre “todos los días ofrecía espléndidos banquetes” queriendo decir que no le faltaba nada de la buena vida. Además, no desconocía la Palabra de Dios. Teniendo tanto a su favor, ciertamente no tenía excusa para desentenderse de las necesidades del mendigo que pedía limosna postrado junto a su puerta. Pero lo hizo.
La falta del rico no fue el hecho de tener muchas riquezas; sino que estaba tan encerrado en sus propios intereses y placeres que no le dio lugar en su corazón a la Palabra de Dios, ni al clamor de los pobres. La Palabra de Dios es capaz de penetrar hasta el corazón y depositar allí las verdades del Evangelio y las promesas divinas, ya sean las del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento. Abraham le dijo al rico que sus hermanos tenían “lo escrito por Moisés y los profetas” para enseñarles de Dios, sus mandamientos y su amor, y que eso debería haberles bastado.
Toda la Escritura tiene el poder de comunicar la verdad y transformar al lector. “Dichoso el hombre… [cuyo] gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche” (Salmo 1, 1-2).
Todos tenemos muchas responsabilidades y ocupaciones que atender en la familia y en el trabajo; la lista de quehaceres, trámites y diligencias es prácticamente interminable. Todas estas son responsabilidades buenas y necesarias; pero si ocupan nuestra atención por completo, es posible que nos hagan desentendernos también de los “Lázaros” que esperan nuestro auxilio, a veces sin decirlo, y dejarnos en la misma situación del rico Epulón, consumidos en nosotros mismos. Dios quiere algo mucho mejor para sus hijos; solamente falta que abramos el corazón al Señor y seamos dóciles a sus verdades; así encontraremos abundancia de tesoros incalculables en su palabra, riquezas con las cuales podemos “banquetearnos” todos los días. ¡Quiera el Señor que estemos bien dispuestos a recibirlas!
“Espíritu Santo, cámbiame el corazón para que yo sea dócil y sensible. Tengo muchas cosas que hacer hoy día, pero te pediré que me ayudes a dedicarte tiempo y atención, para que tu palabra me llene de tus verdades.”
Jeremías 17, 5-10
Salmo 1, 1-4. 6
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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