miércoles, 27 de marzo de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 270319


“No he venido a abolir la Ley sino a darle plenitud.” (cf Mt 5,17)

La gracia, antes velada en el Antiguo Testamento, ha sido revelada plenamente en el evangelio de Cristo por una disposición armoniosa de los tiempos, tal como Dios tiene por costumbre disponer armoniosamente todas las cosas... Pero, dentro de esta admirable armonía uno constata una gran diferencia entre dos épocas. En el Sinaí, el pueblo no se atrevía acercarse al lugar donde el Señor dio su Ley. En el cenáculo, el Espíritu Santo desciende sobre aquellos que se habían reunido esperando el cumplimiento de la promesa (cf Ex 19,23; Hch 2,1). Antes, el dedo de Dios había grabado sus leyes sobre tablas de piedra; ahora la ha escrito en los corazones de los hombres (2Cor 3,3). Antes, la Ley estaba escrita por fuera e inspiraba miedo a los pecadores; ahora, les es dada interiormente para justificarlos...
En efecto, como lo dice el apóstol Pablo, todo lo que está escrito en tablas de piedra: -No cometerás adulterio, no matarás, no codiciarás-, y otras cosas semejantes se resumen en el único mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). El amor al prójimo no hace mal a nadie. La plenitud de la Ley es el amor (Rm 13, 9-10)... Este amor ha sido “derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5).

San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Del espíritu y la letra, 28-30; PL 33, 217ss

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