“Volved a mí de todo corazón!”
“Convertíos de todo corazón” dice el Señor. Hermanos, si hubiera dicho: “Convertíos”, sin añadir nada más, quizá hubiéramos respondido: “ya está hecho, nos puedes prescribir otra cosa”. Pero Cristo nos habla aquí, según mi entender, de una conversión espiritual que no se hace en un día. ¡Ojalá se realice en el transcurso de toda la vida! Presta, pues, atención a lo que tú amas, a lo que tú temes, a lo que te alegra y a lo que te entristece y verás a menudo que debajo del hábito religioso, sigues siendo un hombre del mundo. En efecto, el corazón está enteramente ocupado en estos cuatro sentimientos y de ellos, creo yo, hay que entender estas palabras: “¡Convertíos al Señor de todo vuestro corazón!”
Que tu amor se convierta de tal manera que no ames sino a tu Señor o que no ames sino es por Dios. Que tu temor se vuelva hacia él porque todo temor que nos hace temer algo que está fuera de Dios y no por causa de él, es malo. Que tu alegría y tu gozo se conviertan a él; así será si te alegras o si sufres únicamente por él. Si, pues, te afliges por tus propios pecados y por los del prójimo haces bien y tu tristeza es saludable. Si te alegras de los dones de la gracia, esta alegría es santa y puedes saborearla en la paz del Espíritu Santo. Te tienes que alegrar, en el amor de Cristo, de la prosperidad de tus hermanos y compartir sus desgracias según la palabra: “Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran” (Rm 12,15).
San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Segundo sermón para el primer día de Cuaresma, 2-3; PL 183, 172- 174)
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