El amor, la paz y la unidad son características del Reino de Dios; pero en el mundo de la incredulidad y la desobediencia, lo que sucede es todo lo contrario. Lo grave es que muchos niegan la existencia del diablo y hasta dudan del peligro de la condenación eterna, porque consideran que Satanás no existe o no tiene importancia en el drama de la salvación. Pero no es así como Jesús lo explicó.
Satanás es sin duda un personaje verdadero empeñado en desvirtuar, retorcer y pervertir la creación de Dios. Por ejemplo, una de las estrategias más frecuentes y eficaces que usa es sembrar la duda en la mente de las personas, a fin de que desconfíen del amor de Dios y busquen el placer y la satisfacción en otras relaciones. En efecto, ¿cuántas personas se han visto atrapadas por el falso amor de la promiscuidad sexual? Satanás procura hacernos dudar de que Dios provee para nuestras necesidades, a fin de que busquemos un malsano sentido de autosuficiencia. Baste pensar en aquellos que han alcanzado la cima del éxito financiero, pero que han pagado el enorme precio de la destrucción de sus matrimonios y familias. El demonio quiere hacernos dudar de la misericordia y el perdón de Dios, a fin de mantenernos atrapados en la cárcel de la desconfianza, el remordimiento y la inseguridad.
Entonces, ¿qué debemos hacer? Poner toda nuestra confianza en las promesas de Dios. Cada vez que tengas la tentación de dudar del amor del Padre, recuerda que nada ni nadie te puede separar de su amor (Romanos 8, 35-39); cuando sientas el impulso de dudar de la providencia del Señor, recuerda que Dios cuida de las flores del campo y las aves del cielo y que se complace más aún en darte todo que necesitas (Lucas 12, 22-34). Siempre que dudes del perdón de Dios, recuerda que el Señor es rico en misericordia y lento a la ira (Efesios 2, 4; Salmos 103, 12). ¡Estas son verdades sobre las que puedes afianzar tu vida! Recuerda: El que está en ti es más grande que el que está en el mundo (1 Juan 4, 4). Además, el Señor nos dejó el Sacramento de la Confesión, en el cual, si nos arrepentimos de verdad, él nos perdona y nos sana.
“Gracias, amado Señor Jesús, porque me has hecho partícipe de la gracia de tu victoria por el Bautismo; por eso creo firmemente que nada me puede separar de tu amor.”
Jeremías 7, 23-28
Salmo 95(94), 1-2. 6-9
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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