Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'. El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".
Libres en el amor
Después de unos domingos en los que las lecturas acentuaban el aspecto de la misericordia de Dios, de su acogida y perdón, pidiéndonos a nosotros hacer otro tanto, este domingo la lectura del Evangelio nos hace pensar en nuestra responsabilidad. La conocida parábola de los dos hijos, el que dice que no va y luego va y el que dice que va y luego no va, nos hace recordar un conocido proverbio: “Obras son amores que no buenas razones”.
Es que algunos piensan que la bondad, misericordia y amor de Dios son razones que justifican cualquier cosa que hagamos. Si Dios es así, se dicen, entonces da lo mismo que nos comportemos bien o mal, da lo mismo que trabajemos en la viña o que la dejemos abandonada. Los que así piensan no han salido todavía de una mentalidad ajustada a la ley. Los que viven bajo la ley, se ven forzados a cumplirla. La policía y los jueces se encargan de vigilar que todos cumplan la ley y de castigar a los que no la cumplen. Pero cuando el vigilante mira para otro lado, entonces los que viven bajo la ley se sienten libres. Piensan que pueden hacer lo que quieran. Y ordinariamente se dedican a hacer lo que está prohibido. No se piensa mucho qué es lo que se está haciendo. Lo más importante es el placer de quebrar la norma, de burlar al vigilante. La consideración de si lo que hacen en ese momento es bueno o malo no tiene ninguna importancia. Aunque a veces eso que hacen sea perjudicial para ellos mismos.
Jesús nos invita a dar un paso adelante. Los cristianos ya no estamos bajo la ley sino bajo el amor. Dios no es un vigilante atento a que cumplamos la ley sino un padre que nos acoge y nos empuja a tomar las riendas de nuestra vida. Lo que debemos hacer lo haremos por nuestra voluntad no por que alguien nos controle desde fuera. En el contexto del amor de Dios es donde nuestra libertad y nuestra responsabilidad cobran sentido. No hay nadie que mida y cuente nuestros fallos para castigarnos, pero si hay alguien que con todo el cariño imaginable, Dios nuestro Padre, nos anima a que crezcamos y maduremos como personas.
En ese contexto se entienden las palabras finales del Evangelio. Dicen que los publicanos y las prostitutas nos adelantarán en el Reino de Dios. Porque ellos se han convertido. Ellos han entendido el amor de Dios, lo han acogido y han respondido con generosidad a su llamada. Ellos han empezado a vivir de acuerdo con la nueva justicia del Reino. Allí donde lo más importante es, como dice Pablo, tener “los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”.
Para la reflexión
¿Vivo bajo la ley o vivo bajo el amor? ¿Estoy todavía pensando en como hacer trampas a Dios? ¿He aprendido en mi vida y enseño a mis hijos a vivir de acuerdo con la ley del amor de Dios? ¿Trato de asumir mi responsabilidad y de cumplir con mi obligación aunque nadie me controle y vigile?
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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