sábado, 11 de julio de 2015

El invierno de la vida

     Estamos en invierno. Una estación, en la que el sol, si lo hay, es débil; las lluvias, el frío, las heladas y la nieve son frecuentes. Los paisajes son oscuros, los árboles desnudos se difuminan entre los matorrales y el tono cobrizo de los carrizales. Cuando llega el invierno las temperaturas bajan, a veces hasta el punto de congelación y muchos animales, huyen, emigran a lugares más calidos, y otros se esconden debajo de la tierra.
por Celia Casalengua
El invierno también se asocia con la etapa final de la existencia, aquella edad en la que el tren de la vida se va acercando a su última parada. Cuando nos damos cuenta que nuestros seres queridos se están acercando a esa parada, nuestro corazón se llena de tristeza. Pero desde el punto de vista cristiano, hay vida después del invierno.

Las semillas de trigo y cebada han sido ya sembradas, esperando que las primeras lluvias las pongan en plena actividad de germinar. La hojarasca que queda esparcida por el bosque, mantiene la humedad permitiendo que las hojas se descompongan, abonando así la tierra. EL invierno es un tiempo de descanso para las plantas, donde revigorizan sus funciones biológicas y se preparan para un nuevo ciclo vital que llega con la primavera.

Los picos de las altas montañas se cubren de nieve. La nieve se derrite poco a poco y filtrándose entre la tierra aumentará en la próxima primavera el agua de las fuentes.

Como en la naturaleza, los seres humanos también tenemos temporadas de invierno. Cuando cambia el color del cielo y nuestra temperatura interna baja, una sensación de cansancio nos invade y necesitamos parar. Después de un tiempo de mucha actividad, responsabilidad, y arrastrar cargas pesadas, nuestras fuerzas flaquean. Enfermedad, experiencias negativas, sensación de fracaso e inmadurez nos roban la ilusión y en algunas ocasiones nos llevan a estados depresivos. En nuestro invierno necesitamos que todo el material de las estaciones pasadas, la hojarasca, las plantas secas, el abono, etc. sea transformado y nuestra tierra se limpie. Es durante el invierno, esa etapa sin ilusión, que nos es más fácil ceder, entregar aquello de nuestras vidas que no estábamos dispuestos a entregar antes, es el tiempo de que el grano de trigo caiga en tierra y muera, para llevar así mucho fruto (Juan 12:24). Si, pero los días son fríos, los cielos siempre grises, las noches parecen eternas, es así el invierno…Es tiempo de morir, pero cuando hablo de morir, no me estoy refiriendo a una muerte física, estoy hablando, más bien de la muerte como una época de cambios y transformaciones, algo necesario, si no queremos quedarnos estancados en ese frío invierno en el que a veces por inseguridades y dudas decidimos permanecer de por vida. Es hora de dejar atrás todo aquello que de una forma u otra se ha convertido en un lastre en nuestras vidas, ya sean personas, deseos, sentimientos que nos desgastan y oprimen la mente y el alma, obstáculos que nos impiden salir de las perpetuas nieves que invaden todo nuestro ser.

El invierno es un tiempo de descanso, es tiempo de recuperación, restauración y preparación para la próxima temporada. El invierno no es ausencia de acción, sino desarrollo de tarea selectiva, de un trabajo interno y profundo que llevará sus frutos en la primavera. Dicen que cuánto más duro es el invierno, más esplendorosa es la primavera que le sigue.

El invierno es tiempo de “morar al abrigo del Altísimo” Salmo 91:1, de refugiarse en El, sentir su calor y protección en medio de las tormentas. Es tiempo de “Estad quietos y conocer que yo soy Dios” Salmo 46:10. Muchas veces tenemos que dejar de luchar y entregarle a Dios el control de la situación que nos toca vivir. “…No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos…” (2 Crónicas 20: 15, 17). “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mi se levante guerra, yo estaré confiado” (Salmo 27:3). Nuestra confianza está en Dios, porque sabemos que detrás del invierno siempre nos espera la primavera.

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